Joludi Blog

Nov 18
San Giraldo de Aurillac y el Catecismo de Napoleón.
Esta noche he dormido en la Hospedería de Giraldo de Aurillac, en el Cebrero, uno de los enclaves más importantes del Camino de Santiago, cerca de Piedrafita.
Tiene su gracia dormir ahí (mi...

San Giraldo de Aurillac y el Catecismo de Napoleón. 

Esta noche he dormido en la Hospedería de Giraldo de Aurillac, en el Cebrero, uno de los enclaves más importantes del Camino de Santiago, cerca de Piedrafita.

Tiene su gracia dormir ahí (mi habitación era el balcón de la esquina) porque según la leyenda, este edificio fue construido hace unos mil años, con sus propias manos por San Giraldo de Aurillac, el verdadero inventor de este tinglado religioso-político-turístico que es y ha sido siempre el Camino.

Se dice que aquí ocurrió un milagro relacionado con la transubstanciación del cuerpo y la sangre, que a su vez inspiró la obra Pasifal de Wagner.

También hay muchas leyendas en torno al Santo Grial. 

Pero debe ser que yo no estaba inspirado esta noche. No he sentido nada especial. En realidad, he pasado una noche fatal. Muerto de frío, pese a que los radiadores ardían. Pero en el exterior, el termómetro estaba bajo cero.

Lo mejor de la breve estancia en la Hospedería, ha sido sin duda la visión de las estrellas. Sin contaminación lumínica, este lugar en medio de los fastuosos Ancares me ha permitido ver el cielo con una nitidez que me ha hecho recordar las noches en el desierto de Tunez.

Y ahora caigo en la cuenta de que Compostela viene precisamente de eso, Campus Stellae. 

Bonitas estrellas, sí, pero un frío insoportable. Y una extraña sensación de infinita soledad en un pueblo que he visto antes muchas veces lleno de vida y alegría. 

Antes de dormirme, aterido y dispéptico, en este lugar tan milagrero del Camino de Santiago, por donde ha pasado media cristiandad, a lo largo de los siglos, leí un poco y reflexioné sobre esta obsesión mía respecto a las pérfidas interacciones entre la religión y la organización política. Transcribo un párrafo que me dejó especialmente impresionado de mis lecturas. Es un fragmento del catecismo publicado en 1806 por Napoleón, un soberano que, como sabemos, llamó al Papa a París para que la Iglesia sancionase su poder terrenal, como siempre lo ha hecho.

El fragmento no tiene desperdicio:

“-Pregunta: ¿Qué deberes tienen los cristianos para con los príncipes que les gobiernan y cuáles son especialmente los que tenemos para con Napoleón, nuestro emperador?

-Respuesta: Los cristianos deben a sus príncipes, y nosotros debemos especialmente a Napoleón I, nuestro Emperador, amor, obediencia, respeto, fidelidad, servicio militar y las contribuciones que impongan para conservar y defender el imperio y su trono. Debémosle también fervientes oraciones por su bienestar y por la salud temporal y eterna de sus Estados.

-Pregunta: ¿Por qué tenemos esos deberes con el Emperador?

-Respuesta: Primero, porque Dios, que crea los Imperios y los distribuye como mejor le parece, ha colmado de favores, así en la guerra como en la paz, a nuestro Emperador, le ha puesto como soberano sobre nosotros y ha hecho de él un servidor de su poder y su imagen sobre la tiera. Por lo tanto, honrar y servir a nuestro Emperador equivale a honrar y servir al mismo Dios. Segundo, porque Jesucristo, nuestro Señor, nos ha enseñado con su doctrina y con su ejemplo, lo que debemos a nuestro soberano: nació en la obediencia del Emperador Augusto, pagó las contribuciones ordenadas, y cuando mandó se diera a Dios lo que es de Dios, al propio tiempo mandó que se diera al Emperador lo que es del Emperador” 

Me dormí tiritando y pensando en Napoleón, en San Giraldo, en las estrellas…