Joludi Blog

Nov 24
“Est Ferro Quod Amant”
Me he topado por algún lado con esta foto que fue tomada el 5 de Noviembre pasado en la monumental de Mexico. La imagen, que muestra a Sabina, Serrat y Miguel Bosé jaleando a su idolo el matador José Tomás, me parece una de las...

“Est Ferro Quod Amant”


Me he topado por algún lado con esta foto que fue tomada el 5 de Noviembre pasado en la monumental de Mexico. La imagen, que muestra a Sabina, Serrat y Miguel Bosé jaleando a su idolo el matador José Tomás, me parece una de las imágenes más sorprendentes del año. He aquí a tres artistas refinados y sensibles, a dos de los cuales admiro mucho, disfrutando de un espectáculo tan brutal y sangriento como el taurino.
Es una contradicción realmente chocante que no alcanzo a entender muy bien, aunque lo intento. Siempre me ha parecido un espectáculo patético ver a un señor vestido de sota de la baraja haciendo contorsiones delante de un animal embadurnado de sangre. Pero lo que me parece aún más llamativo es que la “inteligentsia” social, a través de sus exponentes más refinados, como los dos que vemos aquí en el tendido se vuelquen con pasión en esta ceremonia de la crueldad.
Esta contradicción me parece que es muy similar al fenómeno de los gladiadores en Roma. En ambos casos creo que estamos ante el puro reflejo de una sociedad de personalidad desdoblada, que se debate patológicamente entre la pulsión de muerte y la pulsión de vida.
El espectáculo de los gladiadores en la antigua Roma era, al igual que los toros de hoy en día, una manifestación al mismo tiempo rechazada y adorada por la sociedad romana.
Los gladiadores eran, como los actores de los teatros romanos, gente sin derechos, muchas veces esclavos, siempre “infamii”. Pero al igual que nuestros toreros, aquellos héroes de la arena suscitaban una extraña combinación de atracción y rechazo entre los intelectuales romanos y la alta sociedad en general.
Una atracción que en muchos casos tenía un componente erótico indiscutible. Como también lo tiene y de qué manera, el espectáculo taurino, cargado hasta la bandera de referencias y evocaciones sexuales absolutamente obvias.
Los gladiadores romanos eran amados por el público masculino pero también, y muy especialmente, por el femenino, como atestiguan las divertidas inscripciones encontradas en Pompeya, escritas por mujeres sobre los muros de los cuarteles de los gladiadores y dedicadas apasionadamente a ellos (“a Cresces, retiarius puparum nocturnarum”, a Cresce, que con su red captura a las chicas…)
Juvenal, en la sexta Sátira, nos cuenta cómo la mujer de un senador se escapa con el gladiador Sergino. Juvenal se extraña de este hecho. ¡Cómo ha podido fugarse esa mujer con un tío tan feo como Sergino! Un tipo horrendo que-se asombra Juvenal- tiene la nariz como un pegote, debido a varios tajos espada, que tiene la cara cruzada de cicatrices, que está aquejado de una conjuntivitis crónica que le hace lloriquear de contínuo… “ ¿Qué tiene de bello Sergino?” se pregunta Juvenal. Ah, contesta, les place a las mujeres “¡porque es un gladiador!”. Y luego observa con su habitual sarcasmo “Ferrum est quod amant”, es decir, que “lo que les gusta es el hierro”. No hará falta aclarar que ferro era sinónimo de gladium, espada, y a su vez gladium tenía un doble significado muy preciso…
Realmente creo que el espectáculo taurino, al igual que los antiguos shows de los gladiadores en los cosos romanos, tienen que ser entendidos en clave psiconalítica. Los pueblos tienen una personalidad, un carácter, como decía Benito Croce. Y a veces, para entender ciertas manifestaciones contradictorias, aparentemente absurdas de esa personalidad, hay que recurrir al análisis del subconsciente colectivo.
La verdad es que tanto el carácter del pueblo español como el de la antigua Roma, son, como he dicho al principio, sugieren un personalidad realmente desdoblada.
Una personalidad desdoblada que en el caso de Roma parece ser la clave para entender toda su historia como pueblo. Roma es fundada por dos hermanos gemelos y uno de ellos es asesinado por el otro. Los romanos se dotan hasta el Imperio de una forma esquizofrénica de gobierno, a través de dos consules electivos que intentan gobernar simultáneamente. Y en el Imperio tardío, vuelven a la vieja dualidad con el esquema de dos primeros magistrados, uno el “augusto” y otro el “cesar”, antes de escindirse durante mil años en dos Imperios diferentes, el de Oriente y el de Occidente.
Roma, la brutal potencia conquistadora, que curiosamente convierte en religión del estado una creencia basada en la fraternidad y mansedumbre universal es ciertamente un pueblo que es capaz del máximo refinamiento y amor a la belleza y de la máxima barbarie. Tal vez como el español.
Los toros y los espectáculos de gladiadores son simplemente el exponente de esa dualidad casi insoportable que en ocasiones conduce hasta la autodestrucción, como fue el caso de la antigua Roma.
Una autodestrucción simbolizada por aquel suceso terrible que ocurrió en una escuela de gladiadores, tal como nos lo cuenta el Profesor Giardina, el máximo experto mundial en la materia. Parece que en 393 después de Cristo, un grupo de 29 gladiadores sajones se propusieron seriamente suicidarse, como venganza frente a su odioso “productor”. Pero por lo visto no era fácil para ellos darse muerete. Los dueños de la escuela tomaban muchas precauciones para proteger a su “mercancía”. Nunca les dejaban armas reales a su alcance sin vigilancia estricta.
Así que aquellos gladiadores tomaron la decisión de estrangularse unos a otros.
Y lo hicieron.
Creo que se trata de uno de los sucesos realmente sobrecogedores de la Historia. Da tanto como pensar como esta foto que he reproducido, en la que dos poetas de primer orden, dos almas refinadas, aplauden eufóricos a un moderno gladiador ensangrentado jugándose gratuitamente el preciado don de la vida ante una bestia que puede destriparle en cualquier momento…¿Est ferro quod amant?