Joludi Blog

Abr 26
Las salvajes mujeres de la isla de Lemnos.
Es fascinante la historia de las mujeres de la isla de Lemnos. El mito griego nos dice que fueron castigadas por los dioses, por no cumplir ciertos ritos religiosos. El castigo fue horrible, los dioses las...

Las salvajes mujeres de la isla de Lemnos.

Es fascinante la historia de las mujeres de la isla de Lemnos. El mito griego nos dice que fueron castigadas por los dioses, por no cumplir ciertos ritos religiosos. El castigo fue horrible, los dioses las condenaron a sufrir un problema gravísimo de olor corporal. Sus maridos las abandonaron inmediatamente, y trajeron esclavas de otras islas para sustituirlas. Pero en venganza, ellas, las mujeres de Lemnos, ni cortas ni perezosas, mataron a cada uno de sus maridos. A todos. Del primero al último. Y vivieron célibes hasta el feliz momento en que llegó a la isla Jasón y sus argonautas. 

Los griegos presentaban a Lemnos y a sus mujeres, hasta que Jasón y sus chicos regularizaron la situación, como el colmo de la aberración. ¡Un país gobernado por mujeres, solo por mujeres! ¡Supremo horror! 

Pero para enfatizar hasta qué punto aquello era salvajismo puro, decían que las de Lemnos…¡comían carne cruda!

Para los griegos, comer carne sin cocinar era lo peor de lo peor. Porque lo que determinaba para ellos la civilización, la línea fronteriza con el salvajismo y la animalidad era justamente el arte de cocinar la comida. No otra cosa. Ni siquiera haber exterminado a todo varón.

Lo curioso es que esto parece refrendarlo la ciencia. Un trabajo reciente de Richard Wrangham, de Harvard, ha probado que la cultura es un subproducto del arte de cocinar, y no al revés. El fogón fue la innovación clave que permitió a nuestros antepasados convertirse en las criaturas de cerebros altamente energéticos, espabiladas y fanáticamente sociales que (en principio) somos hoy. Los monos no han podido seguir el mismo camino, porque, comiendo cosas crudas, como las mujeres de Lemnos, se ven obligados a pasarse hasta 6 horas al día masticando (6 veces más que los humanos) y eso no les deja tiempo para minucias culturales. Del mismo modo, la labor de cocinar favorece la socialización y la creación de lazos tribales y familiares. Los monos tienden a comer en soledad, mientras que nuestros ancestros descubrieron pronto las satisfacciones de los banquetes y celebraciones culinarias colectivas, generalmente con la participación vital, como cocineras de las mujeres, lo que a su vez fortalecía los vínculos familares y el cuidado de los niños.

Somos, en esencia, monos neonatos altamente sociales (y por ende territoriales). Pero lo somos seguramente porque un día nuestros antepasados descubrieron el arte de cocinar. Ese arte que desconocían las pobres y odoríferas mujeres de Lemnos. No solo mataban a sus maridos. Además, supremo crimen, no cocinaban.



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