Joludi Blog

Oct 31
Olor animal.
Los perfumistas conciben los perfumes como una melodía, una sucesión de notas. En lugar de componer con el do, re, mi, fa, sol…componen con cuatro o cinco notas, que a su vez tienen infinitas variantes. Las notas de su partitura olfativa...

Olor animal.

Los perfumistas conciben los perfumes como una melodía, una sucesión de notas. En lugar de componer con el do, re, mi, fa, sol…componen con cuatro o cinco notas, que a su vez tienen infinitas variantes. Las notas de su partitura olfativa son: el olor etéreo (como huelen las peras),  el olor floral (rosas), el olor almizclado (como el almizcle), el olor resinoso (como el alcanfor) y el olor acre (como el vinagre). Un buen perfume tiene que generar en quien lo huele una sucesión  armónica de notas. En primer lugar debemos sentir una bella nota inicial o superior, que generalmente será tipo etéreo, como el aldehido. Seguidamente debemos sentir las notas intermedias, que usualmente serán florales. Finalmente debemos sentir la nota final o de base, que es la que nos dejará el recuerdo más profundo en la mente sobre ese perfume en particular. Estas notas finales, que en realidad son las que acaban definiendo la personalidad de un perfume, son siempre producidas por sustancias de tipo animal, obtenidas tradicionalmente de diferentes glándulas de los animales (aunque ahora se sintetizan químicamente en su mayoría). Podría ser el ámbar gris, que se obtiene del estómago de la ballena. O el castóreo, que es una secreción de los castores. O la algalia, que proviene de una glándula de la civeta. O el almizcle, que se encuentra en un saquito situado en la cavidad anal de algunos ciervos asiáticos (en inglés es el olor de tipo “musk”, que a veces se traduce horriblemente mal como “musgo”).
Lo que es fascinante entonces es que el recuerdo que nos deja un perfume, con sus docenas de carísimos y refinadísimos componentes, acabe siendo siempre una sustancia generalmente maloliente (salvo cuando se diluye) que se extrae de sitios non sanctos de ciertas criaturas, que se emparenta químicamente con las hormonas masculinas y que quizá fue descubierta por pura serendipity tras episodios nefandos de bestialismo ancestral en un remoto pasado de la especie.
Cada gran perfume, de esos que parecen representar lo último en sofisticación, es entonces un símbolo oloroso de la hegemonía de la animalidad más brutal en nuestro escenario emocional. Por los siglos de los siglos. Quizá por ello los grandes perfumes tienen siempre nombres transgresores: “veneno”, “pecado”, “obsesión”, “opio”, “animal” y cosas del estilo.