Joludi Blog

Mayo 21
El Milagro de Justo.
Ayer fui por fin, a instancias de mi padre y acompañado por él, a visitar la que ya se conoce como la “Catedral de Justo”, en Mejorada del Campo, apenas a unos pocos kilómetros de la ciudad de Madrid.
Es la prodigiosa obra de un...

El Milagro de Justo.

Ayer fui por fin, a instancias de mi padre y acompañado por él, a visitar la que ya se conoce como la “Catedral de Justo”, en Mejorada del Campo, apenas a unos pocos kilómetros de la ciudad de Madrid. 

Es la prodigiosa obra de un solo hombre, el genial autodidacta Justo Gallego, que ha ido levantando el enorme edificio con sus manos, a lo largo de casi 50 años, sin conocimientos ni recursos arquitectónicos y utilizando materiales de deshecho, obtenidos por lo general en las escombreras o en chatarrerías.

Justo, allá por los años 50 del siglo pasado, era un devoto novicio cisterciense en Santa María de Huerta. Quizá palpitaban en su corazón toda clase de visiones y aspiraciones místicas. Los tiempos oscuros de la postguerra no daban para mucho más. Pero un mal día Justo cayó enfermo de tuberculosis. Muy grave. Y según cuenta él mismo, la comunidad decidió expulsarle para evitar el contagio. 

Tal vez en aquellos años de escasez no había mucha penicilina en España para curar su infección pulmonar. O por lo menos no la había para aquellos monjes. Así que, casi moribundo, tuvo que dejar el monasterio.

Sin embargo, Justo decidió que ni el abad de Santa María ni el bacilo de Koch tendrían más fuerza que sus sueños de visionario. Así que de vuelta a Madrid, en terrenos familiares, se puso manos a la obra, ladrillo a ladrillo, dale que dale a la pequeña hormigonera. Y comenzó a levantar un gran templo, una verdadera catedral. Su propia Santa María de Huerta, de la que nadie le podría expulsar. 

Tal vez le tomaron por loco. Sin duda se burlaron al principio de su disparatada temeridad. Pero el hecho es que medio siglo después, este extraño y colosal templo de un solo hombre se alza ahí como un milagro. Es preciso verlo para creerlo. Como lo hacen asombrados los centenares de visitantes que se pasman cada día ante esta especie de Sagrada Familia alternativa, con sus gigantescas torres de ladrillo de 40 metros de altura y las enormes bóvedas creadas con materiales de deshecho.

El milagro de Justo ya ha sido objeto de atención en muy diversos foros. Han escrito libros sobre él, alguno de ellos editado por la Universidad Complutense. Su obra y su persona han sido protagonistas en incontables revistas y publicaciones. Hay blogs dedicados a su catedral. Le han solicitado su participación en spots de publicidad. E incluso han rodado películas sobre su persona y su obra, como el cortometraje “Catedral”, de Aliocha Allard y Alessio Rigo, que ha ganado un gran número de premios en diversos festivales desde su estreno en 2009.

Pese a todo, creo que no se habla lo suficiente de Justo Gallego y su ejemplo vivo de fe en los propios sueños y de capacidad de lucha para hacerlos realidad. Y quizá son estos los tiempos en los que hacen falta ejemplos así. Tal vez más que ninguna otra cosa, incluyendo eurobonos, planes de rescate financiero y otras zarandajas.

Justo Gallego, hoy ya anciano, pero trabajando todavía largas jornadas, a excepción de los domingos, es el artífice de un milagro infrecuente. Porque es un milagro indiscutible. Un milagro a la vista de todos. Un milagro que necesita complicados procesos para probar su veracidad. El milagro de Justo.

Justo ha realizado algo que a priori resultaba totalmente imposible. 

Quizá porque él no sabía que era imposible. 

Tal vez a él, hijo de campesinos, alguien le dijo un día aquello tan hermoso de que para labrar bien la tierra es preciso uncir el arado a una estrella. 

Justo adaptó la idea. 

Y levantó una catedral a base de llenar la hormigonera de agua, cemento y sueños…


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