Joludi Blog

Feb 17
La Espada y el Vacío.
El el medievo, las espadas japonesas se probaban en los cadáveres de los delincuentes. Pero tenían que ser un cierto tipo de delincuentes “limpios”, nunca asesinos o gente que hubiese padecido enfermedades cutáneas. El test era...

La Espada y el Vacío.

El el medievo, las espadas japonesas se probaban en los cadáveres de los delincuentes. Pero tenían que ser un cierto tipo de delincuentes “limpios”, nunca asesinos o gente que hubiese padecido enfermedades cutáneas. El test era un proceso llamado “tameshigiri”, que consistía en dieciseis formas distintas de corte. Hay registro sobre los resultados de esta prueba en relación con una hoja legendaria del maestro Yoshimitsu, el más insigne artesano del siglo XIII. Esta espada llevaba una marca que indicaba que había superado con éxito el movimiento conocido como “iai”, esto es, un tajo ascendente que cercena limpiamente el cuerpo desde la cadera derecha hasta el hombro izquierdo.
Para conseguir un “iai” era preciso una espada de una calidad inconmensurable. Este tipo de joyas de la metalurgia alcanzó su edad de oro en el período Kamakura, en el siglo XII, cuando el mítico forjador Masamune de Soshiu perfeccionó la técnica de unir un filo endurecido a un alma flexible. Su técnica era doblar repetidamente el acero para crear una especie de “milhoja” de una resistencia prodigiosa. El discípulo de Masamune, Getsu, consiguió hacer 15 dobleces. Esto significa que el número de capas de las espadas Getsu llegó a ser de dos elevado a la quince, e decir, 32.768 capas de acero. Y cada una de esas capas era infinitamente más delgada que el papel de seda. Si el grosor de la espada era, por ejemplo, de medio centímetro, cada capa era de poco más de una décima de micra, es decir, 10 veces más fina que el pan de oro, cosa que se me antoja realmente inexplicable, pues el oro es muchísimo más dúctil que el acero.
Este tipo de armas de altísima tecnología, inspiraban terror reverencial en las manos de un samurai que la supiese utilizar. Su valor era incalculable.
Sin embargo, irónicamente, la historia más impresionante que conozco sobre samurais, demuestra que un simple palo podía ser más efectivo que estas super espadas, si estaba en las manos adecuadas.
El encuentro más famoso entre samurais, del que existe absoluta constancia histórica, es el que enfrentó a Mushashi y a Kojiro, ambos dos altísimos maestros de la esgrima, con un historial de muchas victorias en duelos a muerte. Fue en el siglo XVII, a orillas de una playa en el Japón meridional.
Mushashi era el teórico perdedor. Aunque había vencido en un gran número de encuentros, frente a samurais de enorme prestigio, era demasiado joven, 28 años tan sólo. Y tenía fama de excéntrico y bohemio. Por el contrario, Kojiro era el maestro de la más importante escuela de esgrima, la Tomita. Su técnica era considerada sobrehumana. Y su golpe favorito, el tajo de la golondrina, era fatal de necesidad para sus adversarios.
El duelo se fijo para la hora del dragón, esto es, las ocho de la mañana de un día de primavera de 1612. A esa hora, Kojiro ya estaba listo en el lugar acordado. Pasaron minutos, e incluso horas, y resulta que el joven Mushashi no aparecía. Se pensó que había huido. Pero la verdad es que se había dormido. Tuvo que despertarlo el posadero y apenas le dio tiempo a tomar un té, vestirse y ponerse una cinta en la frente, antes de ser llevado precipitadamente por sus padrinos a la orilla, para embarcarlo en un bote de remos. Durante el viaje hasta la isla donde esperaba un enfadado Kojiro, con el movimiento de las olas, Mushashi se durmió otra vez. Unos minutos después de despertó, se ató las mangas del kimono y con una navaja afiló rápidamente un remo de repuesto hasta convertirlo en una tosca espada “bokken” de madera. Hecho esto volvió a dormirse.
Cuando los dos guerreros estaban frente a frente, en la playa, todo parecía indicar que a Mushashi, adormilado y armado con un remo le esperaba la muerte a manos del campeonísimo Kojiro y su espada Getsu.
Ambos luchadores hicieron las reverencias de rigor y comenzó el combate.
Inmediatamente, Kojiro inició su legendario ataque de la golondrina. En el mismo instante, Mushahi se lanzó hacia su rival, y con un horripilante grito gutural golpeó con todas sus fuerzas con el remo.
Pasaron unos segundos y toda la escena quedó como congelada. Sólo se escuchaba el sonido del viento, las olas y los graznidos de las gaviotas. Los dos guerreros estaban inmóviles sobre la arena.
De repente, el viento se llevó la cinta del pelo de Mushashi…Un escalofrío atravesó los nervios de sus padrinos.
Pero Mushashi estaba intacto. Había calculado tan bien su movimiento que su cabeza se había acercado tan sólo unos milímetros a la espada mortal de Kojiro.
En cambio Kojiro estaba muerto. Su cuerpo cayó lentamente sobre la arena de la playa. El remo de Mushashi la había aplastado…El encuentro más famoso de la historia milenaria de los Samurais había concluido.
Yo he pensado muchas veces sobre esta historia. Y me he preguntado cuáles eran sus claves. He llegado a la conclusión de que el punto crítico está en los tres momentos en los que Mushashi se duerme. Ahí radica el secreto de su victoria.
Si Mushashi se duerme una vez en la posada y dos veces en la barca, eso significa que ha perdido cualquier posible idea de temor. Su yo se ha desvanecido. Ha llegado al vacío absoluto. Y ese vacío es el que le permite concentrarse en la espada, y no en las consecuencias del combate.
La figura de Mushashi ha sido recreada por toda clase de literatos y directores de cine, incluyendo a Mishima y Kurosawa. Y este samurai legendario escribió en su vejez un libro llamado “Los Cinco Anillos” que ha sido cabecera de los mejores hombres de negocios del mundo durante mucho tiempo. El último capítulo de su libro se llama, precisamente, “El Vacío”.