Joludi Blog

Jul 16
Romero, memoria, felicidad.
Anteayer, no muy lejos de Monsanto, el lugar al que Saramago decía que había que ir para aprender lo mucho que las personas añaden a las piedras y lo mucho que las piedras añaden a las personas, comí una del ensaladas más...

Romero, memoria, felicidad.

Anteayer, no muy lejos de Monsanto, el lugar al que Saramago decía que había que ir para aprender lo mucho que las personas añaden a las piedras y lo mucho que las piedras añaden a las personas, comí una del ensaladas más deliciosas que recuerdo. También la más simple que tengo en la memoria. Tan solo un poco de tomate y unas hojas crujientes y fragantes de lechuga y lombarda, seguramente cogido todo ese mismo día en las huertas edénicas que riega el Erjas. 

Esa verdura tan sublime estaba aliñada con un insuperable azeite de Idanha (sería pleonásmico decir “de oliva”, pues los portugueses tienen el acierto de considerar que todo azeite, por definición, debe ser de oliva) y con unas gotas de vinagre impregnado del aroma de romero. Esto último quizá era la clave de la perfección alcanzada por esa simplísima ensalada raiana. Porque el romero es el símbolo de todo lo que además de simple es perfecto e inolvidable.

Al romero lo llaman alecrim los portugueses, tal como lo hacían los antiguos habitantes de Al Andalus, abreviando así al iklil almalik, corona del rey en árabe. Porque el romero, en la antigüedad se usaba siempre para hacer guirnaldas y coronas con las que adornar sobre todo las cabezas de los difuntos, como nos cuenta el Dioscórides. 

Se colocaban esas coronas de romero porque se pensaba que algo tenía el romero para evitar el fatal olvido que podría conllevar el paso del Leteo. Mucho debían de saber los antiguos, porque ahora se ha probado que esta planta contiene media docena de sustancias que parecen impedir la descomposición de la acetilcolina, el neurotransmisor que media en nuestro actividad sináptica, y por tanto, resulta clave para que recordemos. Son sustancias las que tiene el romero que incluso en algunos casos pueden ser absorbidas por la piel y llegar al cerebro, por lo que algo de sabiduría profunda debía haber en aquellas guirnaldas de romero colocadas sobre las frías cabezas.

Sabiduría profunda y simple del cheirinho a alecrim de mi ensalada. Ese aroma de romero que Chico Buarque solicitaba con premura cuando estaba doente (cá estou carente, manda urgentemente, algum cheirinho de alecrim…). O el cheirinho a alecrim que Amalia Rodríguez identificaba con la felicidad más perfecta. La felicidad portuguesa de la generosidad y la solidaridad, de las cuatro paredes encaladas, del racimo de uvas doradas, del San José de azulejos, de las dos rosas en el jardín, del caldo verde humeando en el cuenco y, sobre todo, claro, sobre todo, de la promesa de besos y los dos brazos “a minha espera”. La sencillez es el sello de la verdad. Y también el sello de la felicidad. La felicidad del romero.


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