Mi amigo Victor, gran conocedor de Kenya, me explicó el otro día por qué no cultivan olivos en aquellas tierras, pese a que todo parece indicar que sería muy posible.
Por lo visto, la clave es que los olivos necesitan largos crepúsculos. Solo así crece y madura la oliva.
En nuestras latitudes, el sol surca el cielo con una inclinación mucho mayor que en el ecuador y eso hace que se vaya hundiendo en el horizonte lentamente, como ladeándose. Nuestros atardeceres son por tanto interminables, en comparación con los que se pueden ver en Masai Mara o en Namuru, donde el sol ardiente cae a plomo.
Largos y suaves crepúsculos. Qué poético. Son los que hacen posible el dorado aceite. Pienso que quizá también la filosofía.
Tal vez por eso el pensamiento o la poesía occidental no pudo nacer sino en el Mediterráneo. Tal vez nuestra laboriosa elaboración de la trascendencia o el lirismo no sea sino un resultado de la observación conmovedora de la largas puestas de sol…