Joludi Blog

Feb 27
La supervivencia del repollo.
Si viajamos esta noche a las proximidades del polo norte, hasta el remoto archipiélago ártico Sverbald, distinguiríamos unas luces y un febril movimiento de camiones en medio del inmenso desierto helado. Si nos...

La supervivencia del repollo.

Si viajamos esta noche a las proximidades del polo norte, hasta el remoto archipiélago ártico Sverbald,  distinguiríamos unas luces y un febril movimiento de camiones en medio del inmenso desierto helado. Si nos acercásemos un poco, nos asombraríamos al ver allí unas misteriosas instalaciones excavadas en la ladera de un promontorio. Contemplaríamos cómo centenares de operarios trabajan incansables en el complejo introduciendo hasta el corazón de la montaña cajas y contenedores que parecen contener algo sumamente valioso.
¿Un cuento de ciencia ficción? No. Se trata del proyecto Svalbard. Una iniciativa del gobierno noruego y de otras instituciones para preservar las semillas que utiliza actualmente el hombre, ante un supuesto de una guerra nuclear o una catástrofe cósmica.
Curiosamente, algo tan sencillo como la semilla de una berenjena, pongamos por caso, resulta al mismo tiempo algo increiblemente valioso e imposible de recrear si sucede un desastre a escala planetaria. El proyecto Svalbard se encarga de que esa pérdida no llegue a ocurrir.
Así que si algo terrible pasa en la Tierra, ya sabemos que al menos las semillas estarán a buen recaudo. Sobrevivirán los cebollinos, no los hombres. Los tomates, los pepinos y los pimientos permanecerán, no las personas. Alguna civilización alienígena podrá algún día llegar a este planeta y preparar un buen gazpacho mientras trata de entender los motivos que llevaron a la especie humana a la autodestrucción.
Es todo un consuelo. Y confirma mi vieja tesis de que si hay que reencarnarse, puede ser perfectamente aceptable hacerlo en forma de repollo o de calabacín. Ahora hay razones específicas para preferir esa modalidad.