Joludi Blog

Mar 4
El Efecto Flynn.
Es una fría tarde de otoño en Otago, Nueva Zelanda. Estamos en Noviembre de 1984. Los diversos edificios que forman parte de la Universidad están ya casi vacíos. Sólo el personal de limpieza mantiene algunas luces encendidas. También...

El Efecto Flynn.

Es una fría tarde de otoño en Otago, Nueva Zelanda. Estamos en Noviembre de 1984. Los diversos edificios que forman parte de la Universidad están ya casi vacíos. Sólo el personal de limpieza mantiene algunas luces encendidas. También está iluminado el despacho de James Flynn, una de las glorias académicas del centro, un gran especialista en Ciencias Sociales.
El profesor Flynn está esperando un paquete que viene desde Holanda y cuya entrega se ha demorado ya unos cuantos días.
Casi entrada la noche, llega un courier de UPS y sube con una voluminosa caja hasta el despacho de Flynn. El profesor recibe el envío esperado con indisimulada satisfacción. Flynn sabe que los papeles que contiene pueden tener enormes implicaciones sociales en todo el mundo. Son sólo informes, es cierto, pero Flynn cree firmemente que si se confirma su contenido, esta caja es una verdadera bomba ideológica de relojería…

La verdad es que aquellos documentos que aquella noche recibió Flynn de Holanda, y que previamente había solicitado a sus colegas de la Universidad de Utrecht eran simplemente los resultados de los test de coeficiente intelectual de los jóvenes holandeses a lo largo de los últimos 40 años. Pero lo que indicaban esos documentos era ciertamente algo cargado de potencial para la polémica y la discusión ideológica. Porque lo que mostraban era ni más ni menos que el coeficiente intelectual de los jóvenes europeos había crecido regularmente a lo largo de las últimas décadas. Pero no un poco, sino ¡muchísimo! Más de 3 puntos para cada década estudiada.
¿Y por qué esto tenía tantas implicaciones no solo desde el punto de vista académico sino también ideológico? Muy sencillo. Lo que se podría deducir de estos resultados, es, por ejemplo, que si tomamos el coeficiente intelectual de un español medio de la época de la guerra civil, su hijo, tendría un coeficiente de 108 como media, y su nieto, un coeficiente de 120. Y al revés, si tomásemos el coeficiente intelectual del nieto como 100, llegaríamos a la conclusión de que el abuelo de la época de la guerra sólo tendría 82 de coeficiente intelectual. Y lo que es más chocante, tendríamos que aceptar el hecho de que la inmensa mayoría de los españoles de principios del siglo XX eran técnicamente unos deficientes mentales. Una hipótesis obviamente impensable cuya mera consideración conmueve las propias bases de lo que entendemos por inteligencia y coeficiente intelectual.

Y hay otra forma de ver estos resultados, no menos escandalosa. Si introdujésemos las variables culturales y raciales, estos datos acabarían mostrando un diferencial enorme entre la inteligencia media de un joven actual de raza blanca y nacido en Occidente, con respecto a jóvenes de raza negra y educados en países del tercer mundo. Una vez más, una hipótesis impensable.

Sí. De algún modo, la caja de Flynn contenía en su interior implicaciones inaceptables sobre la superioridad del hombre blanco contemporáneo y su modo específico de cultura.

Este fenómeno de crecimiento continuado de “aparente” crecimiento del coeficiente intelectual de los jóvenes occidentales, se ha denominado justamente Efecto Flynn. Y como podemos sospechar, es más bien una ilusión óptica que una realidad, aunque inicialmente, sus consecuencias lógicas hicieron las delicias de los psicólogos proclives a sostener la superioridad intelectual de una raza sobre otra.
La verdad es que los datos que analizó Flynn, al final han ayudado a entender que los test de coeficiente intelectual que se aplican en nuestros días miden básicamente la capacidad del individuo para…¡resolver ese tipo de tests de coeficiente intelectual! Y son pruebas completamente subjetivas (culturalmente subjetivas) en lo relativo a la valoración que hacen de la inteligencia de quienes los realizan.

Ahora bien ¿por qué crecen los resultados que obtiene cada generación que realiza los tests?. Hoy se sabe que eso está en relación con una característica de nuestra cultura  y su dinámica. En nuestro entorno cultural se prima cada vez más algo que se denomina similitud cognitiva y que está relacionado con nuestra capacidad para manipular conceptos abstractos.

Esto se entiende mejor con un ejemplo. Imáginemos que hacemos una misma pregunta a un grupo de jóvenes alemanes y a un grupo de jóvenes zulúes. La pregunta consiste en mostrarles primero un grupo variado de objetos. Hay muchos cuchillos grandes y pequeños. Y también hay frutas de diferentes tamaños: melones, kiwis, naranjas…

A continuación se pide a los jóvenes que agrupen como prefieran los diferentes objetos del grupo, según sus propios criterios. Resulta que los jovenes occidentales agrupan por similitud cognitiva. Es decir, realizan un esfuerzo de análisis abstracto y consideran que los instrumentos deben ir con los instrumentos y las frutas con las frutas. En cambio, los jóvenes africanos ven las cosas de un modo mucho más práctico. Asocian la navajita con el kiwi, el cuchillo grande con el melón, y así sucesivamente. Después de todo, ¿acaso no se usa la navajita para pelar el kiwi y el cuchillo grande para cortar el melón en rodajas?.

Cuando se pregunta a los africanos que por qué lo han hecho así, se justifican perfectamente y lo razonan. Y cuando se les pregunta que cómo creen que lo haría un tonto, entonces proponen la forma de agrupar de los occidentales.

Hoy en día, por fortuna, ya son generalmente aceptadas por la ciencia las enormes limitaciones y condicionantes de los test genéricos para medir la inteligencia. El Efecto Flynn ha sido finalmente analizado y entendido correctamente. Ya son menos cada vez los que caen en la tentación de ver superioridad intelectual donde tan sólo hay diferencias culturales y de valores.

Hoy se sabe que lo importante no es tanto la calidad y singularidad intrínseca de un cerebro, sino la calidad y singularidad del entorno cultural específico en el que ese cerebro nace, se desarrolla e interactúa.