Joludi Blog

Mar 8
Libros prohibidos.
Los libros arden mal, reza el ingenioso título de una obra de Manuel Rivas, y es verdad. Pero arden. La historia lo demuestra una y otra vez.
Normalmente, asociamos la quema de libros a los fanatismos religiosos. Especialmente al...

Libros prohibidos.

Los libros arden mal, reza el ingenioso título de una obra de Manuel Rivas, y es verdad. Pero arden. La historia lo demuestra una y otra vez.

Normalmente, asociamos la quema de libros a los fanatismos religiosos. Especialmente al islámico. Se cuenta que una de las grandes hogueras de obras literarias fue la que promovió aquel sultán que dijo que “si un libro dice lo mismo que el Corán es superfluo, y debe quemarse. Y si dice lo contrario es blasfemo, y debe quemarse. Por tanto, quémense todos.”

Lo curioso es que el islamismo inauguró esta tradición de incineración editorial con una quema de Coranes. Se crea o no, Marwan, el gobernador de Medina ordenó recuperar todas las versiones existentes del Corán y quemarlas todas menos una, al objeto de evitar la confrontación histórica y el descubrimiento de rastros de elaboración humana.

El cristianismo oficial ha sido un poco más sutil que el fanatismo islámico en cuanto a sus técnicas de persecución de las creaciones literarias que no comulguen con sus doctrinas. Pero a su modo, no ha sido menos incendiario que los islamistas.

De hecho, es el mismísimo Pablo de Tarso, que a mi juicio es el auténtico inventor del cristianismo tal como lo conocemos, el que en Hechos de los Apóstoles 19, 9 ya recomienda quemar los manuscritos peligrosos. El consejo fue seguido al pie de la letra por Constantino y otros emperadores cristianos.

El odio a los libros disidentes (y yo creo que en general a todos los libros), llevó a la Iglesia a crear en el siglo XVI el famoso Index Librorum Prohibitorum, (el famoso “Indice” a secas) en el que se incluían las obras que los católicos no deberían leer por ningún concepto.

A través de la amenaza del Indice, en los tiempos en que la lglesia Católica era poderosa, se obligaba a los autores a modificar sus textos a gusto de los eclesiásticos. Por ejemplo, Cervantes tuvo que suprimir del Quijote una frase que decía que “las obras de caridad que se hacen tibia o flojamente no tienen mérito ni valen nada”. Si el autor se negaba a aceptar los caprichos de los censores, le esperaba la prohibición y una persecución implacable de sus obras y su persona. Es incalculable el daño que puede haber hecho el Indice a la cultura, y resulta casi imposible describir la arbitrariedad y el capricho que guiaba a los censores eclesiásticos para emitir sus proscripciones. Se crea o no, el Lazarillo de Tormes fue incluido en el índice, al igual que Los Miserables de Victor Hugo (en donde por cierto se describe magistralmente a un cura maravilloso que con su bondad transforma para siempre el alma del protagonista). También estaban en el índice los “Principios de Economía Política” de Stuart Mill y la Historia de la Masonería de Emilio Castelar.

A lo largo de los años, en el Indice, han ido figurando los mejores pensadores de la Humanidad, de tal forma que si alguien quiere configurar la mejor biblioteca imaginable, le bastaría consultar el Indice y adquirir obras de cuantos autores ahí figuran con la práctica totalidad de sus obras proscritas: Copérnico, Rabelais, Erasmo, Montaigne, Descartes, Pacal, Montesquieu, Spinoza, Hume, Hobbes, Kant, Beccaria, Berkeley, Condorcet, Bentham, Zola, Anatole France, Gide, Bergson, Heidegger, Sartre..

Pero, ojo, no basta consultar el Indice para saber lo que hay que leer. Porque hay autores cuyas obras la Iglesia condena “ipso facto”, sin necesidad de análisis previo o censura. Entre estos autores están, como era de esperar, Nietzsche, Schopenhauer o Marx.

El Indice de la Iglesia Católica obstaculizó la cultura en España durante muchos siglos. Concretamente hasta el 14 de Junio de 1966, bajo el papado de Pablo VI. Se dice pronto.

P.S. Como es lógico, el libro más objetivamente pernicioso para la Historia de la Humanidad, que sería a todas luces Mein Kampf de Adolf Hitler, debería figurar en lugar preeminente en el Index. Je, je, pues ya puedes ir buscándolo. No lo encontrarás. Nunca ha estado. Nunca estará. Quién sabe por qué. A lo mejor es por la entrañable amistad del Papa Pío XII y el Führer. Una amistad a prueba de Auschwitzs y Treblinkas, que no fueron condenados por la Santa Sede al descubrirse. Y una amistad que justificó la famosa misa de requiem del cardenal Bertram por el alma de Hitler, cuando el Vaticano supo que el Führer y su amante habían muerto en el bunker del Reichstag. ¡Qué cosas, la Iglesia prohibe el Lazarillo de Tormes y también la Enciclopedia Larousse, pero no el siniestro y miserable manual de instrucciones del mayor carnicero de todos los tiempos!