
La vida se abre camino.
Visitar Hiroshima es iluminador por muchísimas razones. Una de ellas es comprobar que la vida es resiliente hasta un grado inimaginable. La vida se sobrepone, se defiende, renace, resucita…Se diría que nada puede acabar con ella.
Un infame carnicero ordena lanzar un mortífero ingenio sobre un ciudad entera y extermina virtualmente a todos sus habitantes, reduciendo a la nada casas, hospitales, escuelas… En unos segundos, una población 115.000 seres humanos se convierte en un amasijo de polvo negro y se confunde con el hierro y el ladrillo fundido.,
Pero, sólo quince meses después, en el escenario horrible de desolación que la bomba ha dibujado, ya surgen casas de madera levantadas laboriosamente por los familiares de los muertos (como se ve en esta foto, con la cúpula Dome Mae, el famoso edificio que quedó en pie, al fondo a la izquierda).
Y menos de un siglo después del desastre, aquella ciudad destruida de arriba abajo ha renacido y es una pujante localidad con diez veces más habitantes que la que fue destruida.
La vida se abre camino. Hace falta algo más que una bomba atómica para acabar con la capacidad de sobrevivir de estas extrañas criaturas llamadas hombres, que pueden ser tan detestables como para crear el peor de los exterminios y tan admirables como para renacer milagrosamente desde sus propias cenizas.