
Un simple merengue.
Es en los simples detalles de la vida cotidiana en Japón donde se puede apreciar mejor el infinito refinamiento y el amor por lo bien hecho que forma parte de esta cultura.
Imagínate que pides un pastel de merengue en una pastelería de Madrid. Lo cogerán con unas pinzas y te lo servirán tal cual. Tal vez junto con una pequeña servilleta de papel. Tendrás que sujetarlo en una mano mientras abonas tu compra con la otra. Y a correr.
Aquí, entras a una pastelería normal y corriente, por ejemplo en la estación de tren (normal y corriente significa aquí que la tal pastelería parece mismamente una joyería de la calle Serrano). Y pides el mismo merengue. Pero te lo sirven dentro de una maravillosa caja que ya de por sí parece más valiosa que el propio pastel. Pero esto no es todo. Dentro de la caja, verás dos compartimentos. En uno estará el merengue. En el otro, separado por un pequeño cartoncito agujereado, encontrarás una cucharita, una servilleta y, oh sorpresa, una bolsita de papel que contiene un material helado. Es decir, te han entregado el merengue con un refinado sistema portátilo de refrigeración incorporado. Te quedas pasmado mientras disfrutas del merengue sentado en el tren bala.
El pastel viene a ser parecido al que tomarías en tu tierra. Pero la presentación, las formas, lo cambian completamente. Pasa con todo.