
Gente honrada.
Las tasas de delincuencia en Japón son bajísimas. En parte también es un asunto cultural. Siglos y siglos de durísimo feudalismo han creado una segunda naturaleza en el japonés de absoluto respeto a la ley, al orden, a toda clase de reglamentos. Quizá también sea que el confucianismo ha sido capaz de crear en el alma de los japoneses un genuino sentido de la justicia y la honradez. Esto lo aprecias en todo momento. Desde el comportamiento ejemplar de los taxistas en todas partes hasta anécdotas como la que me ocurrió ayer en un parque de Kyoto cuando la dueña de un kiosco se avalanzó sobre mí al pasar para devolverme los 1.200 yenes que me había cobrado de más dos horas antes, cuando yo había adquirido en ese mismo kiosco una bandejita de deliciosos tacomachis (buñuelos de pulpo).
Lo cierto es que la tasa de homicidios en Japón cinco veces menor que la norteamericana. La violaciones, ocho veces menor. Y, los robos y hurtos ¡35 veces menor!.
Pero, también hay otras claves. En las calles de Tokyo por ejemplo, ves en cada esquina unos curiosos mini-cuartelillos de la policía. Son pequeños cubículos en los que hay siempre dos agentes de servicio. Están por toda la ciudad. Todas las alarmas están conectadas con esta red de mini-cuartelillos. El ladrón que se atreva a hacer de las suyas lo tiene claro aquí.
Otra clave, tristemente, es la dureza de la policía, especialmente en los interrogatorios. Las tasas de confesiones en Japón son mucho mayores que en Europa. Y eso tiene que ser por algo. De hecho, esta misma mañana acabo de leer en el Asahi Simbun (la versión inglesa del periódico que distribuye 20 millones de ejemplares al día), que está en marcha una nueva ley para acabar con los interrogatorios violentos, que bordean ciertamente la tortura. La nueva ley prevé que todos los interrogatorios sean grabados en vídeo y sean puestos a disposición de los nuevos jurados que se van a introducir en el sistema judicial japonés el próximo año.