Joludi Blog

Mar 24
Wabi, sabi, aware…
El impulso estético está presente en la vida japonesa de una forma intensa y extensa, sin parangón con ninguna otra cultura del mundo. El sentido artístico palpita en cada rincón. En una simple pastelería de una calleja de Nara...

Wabi, sabi, aware…

El impulso estético está presente en la vida japonesa de una forma intensa y extensa, sin parangón con ninguna otra cultura del mundo. El sentido artístico palpita en cada rincón. En una simple pastelería de una calleja de Nara (como aquella en cuyo escaparate fotografíe ayer estos pastelitos, que no eran sino una entre cientos de pequeñas obras de arte efímero expuestas generosamente ante los viandantes) encuentras una abundancia de refinamiento estético que en Occidente sólo esperarías hallar en una Escuela de Arte o en una Sala de Exposiciones. Puede parecer una exageración pero no lo es. El arte, el aliento estético, la búsqueda de la armonía como si fuera una segunda naturaleza con la que los japoneses nacen y viven…todo ello lo encuentras aquí por todas partes, desde la forma en la que preparan y toman el té cada día, hasta el diseño engañosamente simplista del más insignificante fragmento de parque o jardín urbano, pasando por la delicada caligrafía en la que escriben una simple y rápida nota en kanji o el exquisito cuidado y talento que aplica el dependiente de una tienda al envolverte en objeto adquirido. En otros pueblos se respira oxígeno. En Japón se respira arte.

Si hablas con un japonés mínimamente educado, aunque no sea una persona de gran formación teórica “artística”, verás cómo maneja conceptos estéticos con la misma holgura y dominio que solo esperarías en un crítico de arte en Occidente. Te dirá que a esto o aquello le falta “sabi”, es decir, la solera y la pátina de viejo que el tiempo debe aportar a los objetos de arte para que sean verdaderamente hermosos. Te explicará que esto o aquello no es suficientemente “wabi”, porque no tiene el minimalismo, la economía de recursos que caracteriza a la genuina obra artística. O te aclarará que para que algo tenga dimensión estética debe ser necesariamente efímero o “aware”, tal como lo es todo en el mundo natural, y esta es la razón por la que la arquitectura tradicional japonesa rara vez hace uso  de materiales “permanentes” como los mármoles, la piedra o los metales…

¿A qué se debe esta singularidad y ubicuidad del sentido estético en Japón? Tiene que haber alguna razón. La que más me convence es la que enuncia al respecto  Kató Suichi. Su hipótesis es que durante los largos siglos de aislamiento (esta sí que era una “splendid isolation” y no la de los británicos), esta cultura se “internalizó” de tal manera, se plegó sobre sí misma de tal modo que el impulso estético no tuvo más remedio que hipertrofiarse expansivamente, ocupando el lugar que en otras culturas y países ocupó la religión. Esta idea de Kató, al vincular arte  y religión para explicar el milagro japonés me parece subyugante. Podría ser. Porque es verdad que en Occidente, el arte, durante muchos siglos, fue solamente el menestral de la religión, su puro sirviente (pensemos en la pintura sacra, en la imaginería religiosa, en el mundo de las catedrales…). Sin embargo, en Japón, la religión, debilitada al no existir una organización clerical poderosa y hegemónica, se metamorfosea en arte y el sentido religioso acaba confundiéndose, disolviéndose serenamente en el impulso estético. El arte japonés no estaría entonces influido por la religiosidad zen, sino más bien lo que ocurriría es que la religiosidad zen se habría convertido en arte impregnándolo todo en la vida y costumbres japonesas.

Oh, qué idea tan hermosa para explicar el endiablado refinamiento artístico nipón y la ubicuidad de la obsesión estética en esa cultura. El arte como disolución de la religión. He aquí una teoría estética que también es, en sí misma, puro arte.