
Ser gamba en Japón.
La mayor desgracia del mundo es nacer gamba en Japón. Y la culpa es de los rusos.
Los japoneses se mueren por las gambas y langostinos de todo tipo. En cualquier mercado puedes encontrar no menos de una docena de variedades de este tipo de crustáceos. La gamba forma junto con el arroz y el pulpo el trío de ases de las preferencias gastronómicas niponas. Incluso le atribuyen a este animalito propiedades mágicas, pues consideran que ayuda a la longevidad. Les sugiere esto el hecho de que una gamba parece un viejecito encorvado y con largas barbas. Lo cierto es que, según las estadísticas más fiables, las bajas del ejército de gambas ascienden cada año a 12 mil millones de efectivos exactamente, todos ellos debidamente cocidos, fritos, rebozados y en suma devorados por los insaciables nipones.
Pero no siempre la gamba fue tan popular. Hace un siglo era demasiado cara y era privativa de los grandes señores. Fueron los rusos con sus grandes flotas pesqueras los que permitieron el abaratamiento de este tipo de crustáceos hasta extremos que los japoneses no podían ni creer. He aquí pues un interesante punto de encuentro entre los dos grandes países, tan enfrentados históricamente. Recordemos el traicionero ataque japonés a la flota rusa en 1904 y la no menos malvada declaración oportunista de guerra a Japón realizada por Stalin nada más caer las bombas atómicas. Aún hoy andan peleándose por las Kuriles. Cuánto mejor hubiera sido que hubiesen sustituido todo eso por un buen banquete diplomático de gambas al ajillo.