Se crea o no, cuando nos deseamos mutuamente felicidad, estamos adoptando un comportamiento rebelde y revolucionario. La idea de que los hombres, como colectivo, pueden y deben ser felices en este mundo, la presunción de que tienen derecho a serlo, no es concebible realmente hasta la Revolución Francesa (con un precedente en los Pilgrims Fathers que establecieron el derecho irrenunciable de todo hombre a perseguir la felicidad). Por aquellos turbulentos tiempos de la Revolución Francesa, fue Saint Just quien hizo la proclama definitiva: “La Felicidad es una nueva idea en Europa”. La misma noción innovadora también figura en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (versión de 1793) en donde se habla por primera vez del “bonheur commun” como el objetivo de toda acción política. Una cosa insólita hasta la fecha.