Joludi Blog

Mar 30
Dechado de Fortuna.
¿Cuál era el libro más leído en la Edad Media? Ya sabemos que en aquellos tiempos, únicamente una pequeña parte de la población sabía leer, pero, aún así, ¿cuáles eran los best sellers de la época, los equivalentes al Código Da...

Dechado de Fortuna.

¿Cuál era el libro más leído en la Edad Media? Ya sabemos que en aquellos tiempos, únicamente una pequeña parte de la población sabía leer, pero, aún así, ¿cuáles eran los best sellers de la época, los equivalentes al Código Da Vinci o El Poder del Ahora por aquel entonces, cuando aún no existía la imprenta y sólo circulaban copias manuscritas de cada obra?
Normalmente, uno pensaría que entre los libros más populares del medievo, en términos de número de copias en circulación, debería estar la Biblia, por razones obvias. Al fin y al cabo, la gran mayoría de la industria “editorial” de la época estaba en manos de la Iglesia, en la forma de conventos y monasterios en los que los amanuenses copiaban y copiaban noche y día los manuscritos. Pues es cierto. La Biblia era uno de los tres libros más populares del mundo medieval.
Los que conozcan un poco más los entresijos del medievo, podrían también mencionar un libro, de autor desconocido, que fue sumamente leído y citado durante el siglo XIII y el XIV. Se llamaba Gesta Romanorum y estaba compuesto sobre todo por anécdotas e historietas protagonizadas por los personajes de la antigua Roma, pero también contenía fábulas de origen griego e incluso oriental.
Así que ya tenemos dos de los grandes bestsellers del medievo: la Biblia y Gesta Romanorum. Pero nos falta uno. Un libro que según una gran autoridad como el H.R.J Murray, fue aún más popular y tuvo más ediciones que los dos anteriormente citados durante los largos y oscuros siglos previos al maravilloso invento de Gutenberg.
Ese libro, que de acuerdo con los expertos sería el genuino número 1 en las listas editoriales del medievo era curiosamente un libro sobre el juego del ajedrez. Tenía un nombre muy largo, pero en su versión española, traducida e impresa en Valladolid, se titulaba “Dechado de Fortuna” y había sido escrito por un monje dominico italiano llamado Jacobo de Cessolis.
He estado leyendo este fin de semana la excelente edición de esta obra a cargo de Marie-José Lemarchand y Editorial Siruela (Madrid, 2006). Y he disfrutado de lo lindo.
No se trata propiamente de un libro de ajedrez. Es más bien una obra que recoge las reflexiones del monje Cessolis sobre el mundo medieval. Incluye sus numerosos consejos y puntos de vista sobre la sociedad feudal de aquellos tiempos. Técnicamente hablando, es un verdadero ensayo sociológico y filosófico.
Naturalmente, como casi todos los libros medievales, está salpicado de ejemplos morales (los famosos “exempla”) que no son sino fábulas o episodios moralizantes de carácter más o menos histórico o legendario, que ayudan al autor a exponer elocuentemente su posición moral. Estos “exempla” son maravillosos, y el libro nos regala centenares de ellos. Desde las hazañas de Alejandro Magno o Escipión el Africano hasta las deliciosas historietas caballerescas de temática amorosa protagonizadas por reyes enamoradizos y bellas damas de corazón traicionero. Es de una amenidad subyugante.
También, como todos los libros medievales (y, ay, unos cuantos de nuestro tiempo), cada página del libro está atiborrada de citas encadenadas que remiten a autores famosos de la antigüedad clásica o de la patrística cristiana. En el medievo, se consideraba que un libro era bueno si, y solo si, el autor conseguía expresar todas y cada una de sus ideas en boca de otras autoridades famosas y de criterio indiscutible. Por ello, los libros medievales eran un tejido espeso de referencias ya que el autor iba hilando cita tras cita. Así, Cessolis salpica prácticamente cada línea con citas de Catón, de Séneca, de Varro, de San Agustín, de Macrobio, de Quintiliano, de Valerio, de Vegecio, de Pedro Alfonso…la lista es interminable. Normalmente en cada página hay no menos de cinco citas como media.
Pero lo importante del Dechado de Fortuna es que el monje lombardo encontró en el juego del ajedrez un supremo marco alegórico, un instrumento didáctico fenomenal para el análisis social y moral. Estudiando el nombre, el aspecto, la disposición y la forma de moverse de las piezas, Jacobo de Cessolis pasa revista a todo el mundo en el que vive. No deja nada por considerar. Ni los riesgos de venalidad de los jueces ni la necesidad de que los reyes sean cultos, generosos y tolerantes. Para él, el mundo entero es, o mejor dicho debe ser, exactamente como un tablero de ajedrez. Y las normas que rigen o deben regir el mundo real son justamente las que se derivan de la consideración y análisis del noble juego, sus piezas y sus reglas.

En cierto modo, esta obra del dominico es el primer atisbo de algo tan de moda actualmente como la noción de mundos virtuales, de algoritmos que sirvan de modelo simplificado a la realidad.

Y por cierto que hace menos de un año, también ha habido un intento parecido de comparar vida y ajedrez. Ha sido el ex campeón mundial Gary Kasparov el que ha publicado un libro llamado “Cómo la vida imita al ajedrez”, que también parece haberse convertido en un significativo éxito editorial. Más o menos la misma idea, siete siglos más tarde.
Sin embargo, aunque Kasparov haya ensayado también la vía del paralelismo entre ajedrez y vida, la verdad es que leer el libro de Jacobo de Cessulis, da una idea de la enorme distancia entre aquellos tiempos y estos.
El mundo medieval era sumamente ordenado y estructurado, desde el punto de vista social y de valores. Como el Dechado de Fortuna describe, todo el mundo tenía, desde el nacimiento, su sitio bien definido por el lugar que la Suerte le asignaba en el tablero de la vida. Había buenos y malos, del mismo modo que hay piezas blancas y negras. Cada persona, rica o pobre, sabía lo que le correspondía hacer en el mundo, sabía cuáles eran sus posibles movimientos y su destino personal. Bastaban además unos pocos consejos y un puñado de ejemplos como los que Cessulis recopila en su libro, para tener más o menos claro el camino a seguir en cualquier circunstancia de la vida.
Setecientos años después, todo ha cambiado de arriba abajo. Nadie tiene claro su lugar en el mundo. No hay, ni mucho menos, solo malos y buenos, sino que parece existir toda una inacabable gama de colores y matices morales. La sociedad se desestructura hasta el infinito y en todas las direcciones. Todos los valores son puestos en cuestión.

Pero hay una cosa que no ha cambiado en todo este tiempo y que me hace sonreir: los libros más vendidos eran entonces y son ahora, libros de autoayuda, como lo era sin duda el de Cessolis.

Porque ayer como hoy, la gente ante todo busca-necesita-desesperadamente orientaciones y puntos de referencia para encontrar la felicidad y la fortuna.

Aunque en nuestros tiempos, ciertamente, las claves de esa felicidad y fortuna parecen distar mucho de asemejarse a las simples reglas que rigen el maravilloso juego de las 32 piezas y las 64 casillas. Un juego que sin embargo, hoy como ayer, sigue aliviando la tristeza y haciendo más tolerable el paso de las horas de los muchos que no aciertan a encontrar la fortuna y la dicha fuera del tablero. Ni siquiera con los libros de autoayuda. En ese sentido, al menos, el ajedrez sigue siendo un dechado de fortuna.