
Peccato non sia peccato!
Según se dice, y yo estoy de acuerdo, esta heladería milanesa, llamada Chocolat, en Via Bocaccio 9, junto a la estación de Cadorna, es uno de los lugares donde se pueden degustar los helados más perfectos imaginables del planeta Tierra.
Me recomendó el sitio mi buen amigo Albert, y me he quedado pasmado cuando he probado estos prodigiosos helados. Me ha dejado apabullado tanta calidad y delicadeza, así que he investigado un poco y he descubierto referencias a este templo de la cremosidad en muchísimos sitios. Desde Newsweek hasta Vanity Fair. Hay muchos universitarios norteamericanos, según parece, que vienen desde Berkeley a Milan en viaje de estudios y que acuden directamente a Chocolat tan pronto bajan del Leonardo Express en Cadorna, que está al ladito. También he oído que muchos personajes famosos frecuentan sistemáticamente este santuario del goce sensorial que es Chocolat, desde Leonardo di Caprio a Valentino Rossi. Les comprendo perfectamente.
Disfrutar un portentoso cono de cremosísima Fior di Latte mezclada sutilmente con un toque de exótico de Ciocolatto con Pepperoncini es una experiencia mágica. Y por menos de tres euros, no hay quien de más.
Sólo falta una cosa para que esta locura sensorial, untuosa y decadente fuera sublime de verdad.
Debería ser pecado.
O sea, como dijo aquel libertino cardinale capitalizando un juego de palabras italiano que es intraducible al castellano: “pecatto che non sia pecatto”, esto es, “lástima que no sea pecado”.