Joludi Blog

Abr 19
Lobotomías.
Un neurólogo portugués, Egas Moniz, consiguió el premio Nobel de Medicina en los años 40 del siglo pasado por haber estudiado los efectos de la desconexión quirúrgica del lóbulo frontal en el cerebro humano.
El Doctor Walter Freeman (en...

Lobotomías.

Un neurólogo portugués, Egas Moniz, consiguió el premio Nobel de Medicina en los años 40 del siglo pasado por haber estudiado los efectos de la desconexión quirúrgica del lóbulo frontal en el cerebro humano.

El Doctor Walter Freeman (en la foto), un ambicioso e inmoral director de un manicomio en Estados Unidos, capitalizó los estudios de Moniz y comenzó a realizar lobotomías a diestro y siniestro, por toda Norteamérica, taladrando sin piedad los cráneos de cientos, miles de pacientes afectados de alguna forma más o menos grave de locura o depresión. De todas las edades y condiciones. Uno de ellos era un niño de 4 años.

Se cuenta que Freeman industrializó su tecnología de una forma chocante. Tardaba 10 mintos en hacer las operacioones y a veces hacía dos, se crea o no, de forma simultánea, utilizando ambas manos. Se ufanaba de poder usar simples utensilios de cocina para realizar sus intervenciones (de hecho, “ice-pick lobotomy”, era el nombre específico que dio Freeman a su técnica, esto es, “lobotomías con el picador de hielo”).

Aparentemente, los efectos de la cruzada lobotómica de Freeman, durante los primeros años de la década de los 50, eran notables y buenos. Después del taladro, un esquizofrénico furioso se convertía en una persona tranquila e inofensiva.

En un tiempo en que la psiquiatría prácticamente carecía de arsenal químico para combatir las dolencias de los enfermos mentales graves (hasta la aparición de la Thorazina a mediados de los 50, realmente no había nada a lo que recurrir, salvo encerrar al enfermo entre cuatro paredes), la lobotomía parecía una solución mágica. El periódico Washington Star calificaba esta técnica como el gran avance de toda una generación, y el New York Times hablaba de Freeman como un médico que “hacía historia”.

Lo malo es que las lobotomías no sólo acababan con los padecimientos mentales del paciente. También acababan con toda su personalidad, dejando al paciente en muchos casos en un estado similar al de un vegetal.

La técnica de la lobotomía, como no podía ser de otro modo, cayó en desgracia, aunque no sin antes haber dejado un ejército de damnificados (entre ellos, curiosamente, una miembro de la familia de los Kennedy, Rosemary, que languideció 51 años en el hospital tras ser operada por Freeman).

A mediados de los 60 ya casi nadie hacía lobotomías. Solo Freeman insistía en aplicar la técnica, desde su hospital en Berkeley. La última lobotomía la realizó en 1967, pese al absoluto descrédito que ya por entonces tenía ese procedimiento. El paciente murió poco después de la intervención, y las autoridades quitaron a Freeman la licencia para ejercer la Medicina.

Toda la historia de la lobotomía como procedimiento médico es una sobrecogedora parábola sobre la capacidad de la Ciencia para desvariar y escoger caminos desastrosos. Y no de forma esporádica, sino durante largos años. Con consecuencias terribles para miles y miles de personas.

También, esta historia terrible de Freeman y su técnica, es un tema de enorme actualidad, ahora que tanta gente se pregunta-nos preguntamos- si tienen sentido muchas técnicas psiquiátricas fuertemente agresivas, apoyadas en los potentes psicofármacos disponibles, que se aplican sin más al primer síntoma de desarreglo psicológico. Hablamos de medicamentos que en la práctica, pueden llegar a representar en muchos casos una especie de lobotomía virtual.

Pero es que se diría que la sociedad actual parece inclinarse hacia la lobotomización, ya sea individual o colectiva, como alternativa fácil, cómoda y conveniente, frente al océano de contradicciones en el que nos ha sido dado vivir.