Joludi Blog

Abr 25
Humorismo y humanismo.
Algunos lectores me han pedido más información sobre el sainete de Arniches al que me refería en un post reciente cuando hablaba del Lombrosianismo. Desgraciadamente, no es fácil encontrar en las librerías esa pequeña obrita de...

Humorismo y humanismo.

Algunos lectores me han pedido más información sobre el sainete de Arniches al que me refería en un post reciente cuando hablaba del Lombrosianismo. Desgraciadamente, no es fácil encontrar en las librerías esa pequeña obrita de ese alicantino genial que conoció el casticismo madrileño mejor que cualquier oriundo de Lavapies. Tampoco se puede encontrar en ningún sitio de internet, que yo sepa. Así que ni corto ni perezoso, he mecanografiado enteramente la obrita esta mañana y me he decidido a copiarla más abajo, como regalo especial para mis lectores en esta Semana del Libro. Creo que merece la pena. También lo hago en homenaje a mi llorado profesor de Literatura en El Pilar, el gran Augusto Barinaga, que nos citó un día un fragmento de este sainete en la clase, y lo comentó, con su lucidez característica, dándonos una clave impagable sobre los secretos de lo cómico.

“La Pareja Científica” de Arniches es un ejemplo perfecto de lo que a mi juicio y desde un punto de vista artístico, debe ser el humor. Y lo es porque en esta obra, Arniches no solo provoca la hilaridad, sino también la reflexión y la ternura.
El humor sin humanismo es repugnante. Y despreciable por lo facilón. Para hacer reir basta hacer resbalar a un pobre infeliz en una piel de plátano. Pero para hacer humor, hace falta que junto a la carcajada, florezcan otras emociones que compensen o complementen la crueldad que siempre está agazapada detrás de lo cómico. Si el humor se agota en sí mismo, vale poca cosa, como sabía bien Jardiel Poncela y como parece que ignoran la legión de payasos menores y sin sustancia que atiborran hoy en día las pantallas de televisión, esos insufribles aficionados al monólogo vacuo y pueril.
La vinculación entre el humor y la crueldad del que se siente superior es un tema fascinante. Los dientes que mostramos cuando reímos son también los mismos dientes que enseñamos cuando amenazamos a nuestro rival con un mordisco, por si se atreve a desobedecer nuestros dictados. La mueca es casi la misma para la risa que para la amenaza.

Esta teoría que vincula humor y crueldad, y que por lo tanto hace del sarcasmo o de la sátira el epítome de lo cómico, ya la enunció Platón en La República. Y parece que Aristóteles también la desarrollo con mucho detalle, aunque el manuscrito que se supone que el Estagirita escribió sobre este asunto se perdió en la noche de los tiempos. De hecho, como recordaremos, la novela de Umberto Eco, “El Nombre de la Rosa” trata justamente de la búsqueda de este manuscrito perdido sobre la comicidad (debería llamarse entonces “El Nombre de la Risa”, digo yo).
El humor popular siempre es hiriente y tribal, y gira inexorablemente en torno a la ridiculización cruel del otro. Los franceses se mueren de risa con los chistes de belgas. Los belgas se desternillan con los chistes de holandeses. Los ingleses ríen hasta el paroxismo con los chistes de irlandeses. Los norteamericanos se divierten de lo lindo contando las patochadas de los polacos. Los judíos hacen chistes sobre los gentiles. Los gentiles hacen chistes sobre los judíos. Los hombres bromean sobre el cerebro de las mujeres. La mujeres se toman a chacota las neuronas de los hombres. Y así sucesivamente. Se diría que para que haya comicidad, siempre tenemos que usar a algún pobre lepero o alguien que cumpla su sufrido papel.
Uno de mis chistes favoritos sirve de ejemplo para mostrar perfectamente la teoría que vincula la comicidad a la superioridad cruel. Trata de la pareja Sherlock Holmes y Watson, lo que ya indica que vamos por el buen camino cuando vinculamos comicidad y relación de superioridad. Es la eterna dicotomía del payaso augusto, con su narizota roja y el elegante carablanca. En este chiste, Sherlock y Watson se han ido de camping y en medio de la noche, el detective le pide a su ayudante que mire hacia el cielo le diga lo que ve. Watson dice que ve muchas estrellas y Sherlock le pide que explique lo que se deduce de esa visión. Watson inicia entonces una larga perorata sobre la inmensidad de la Vía Láctea y establece algunas conclusiones sobre la posibilidad de otros mundos en algún lugar remoto del cosmos…Esta reflexión es interrumpida bruscamente por Sherlock:
-Watson, no seas idiota. ¡Si estás viendo las estrellas, lo que se deduce es simplemente que nos han robado la tienda de campaña!
Sherlock y Watson, el clown y el augusto, Tip y Coll, Cruz y Raya, Martes y Trece…En La Pareja Científica, los protagonistas son también una pareja. Se trata de los guardias Requena y Mínguez. Su diálogo nos hace reir, pero al mismo tiempo, la trama nos hace reflexionar sobre la condición humana y sus contradicciones y sobre las injusticias del Destino, frente al cual, después de todo, sólo podemos defendernos con una sonrisa o con una reflexión melancólica. Eso hace del humor de Arniches algo realmente artístico. Lo mismo ocurre con Monty Pithon por poner un ejemplo que contrasta lo suyo con la infinita vulgaridad del mediocre humor que hoy en día vemos en la televisión o escuchamos en las emisoras de radio. Arniches es nuestro Monty Pithon. Qué pena que no le tengamos a mano para escribir algunos buenos guiones de series de Televisión o jubilar para siempre a esos inaguantables monologuistas mononeuronales.


La Pareja Científica


(Cuadro Primero)

Personas

El Peque Rata, golfillo, harapiento, peludo, roñoso, trece años.
Minguez, guardia de Orden público, cincuenta años.
Requena, ídem, ídem; cincuenta y cuatro años.
La acción en Madrid. Época: la Nochebuena.
Noche de niebla, noche triste, de frío entumecedor.

Decoración

Recibimiento destartalado en una Comisaría. Poca luz. son las dos de la madrugada.
El guardia Requena, sentadoo en un banco y envuelto en su capota, dormita junto a una estufa medio apagada.
Al poco entra Mínguez, guardia también.
Mínguez.–Adiós, Requena.
Requena.–Adiós, Mínguez.
Mínguez.–¿Descabezando un sueñecito?
Requena.– A ver. (Se despereza.) ¿Qué noche hace por ahí fuera?
Mínguez.–Un frío que te corta. Aquí no se está mal.
Requena.– Siéntate (Mínguez se sienta) ¿De dónde vienes?
Mínguez.– De casa de mi sobrino Hilario, de llevarle el oficio con la baja.
Requena.– Pero, oye, ¿es verdad lo que dicen, que se ha ido del Cuerpo?
Mínguez.– ¡Toma…y muy bien que ha hecho! Aquí no hay porvenir, Requena.
Requena.– Y que lo digas.
Mínguez.– Él, que es joven y tié su aquel de ser alguna cosa en este mundo, pues que vole.
Requena.– ¿Y que va a hacer ahora?
Mínguez.– Se está preparando pa Penales. Siempre le ha tirao tó lo de la letra. Ya le conoces.
Requena.– ¿Y estudia mucho?
Mínguez.– Muchísimo… ¡Chiquillo, y unas cosas que, vamos, por lo que s’ha explicao, los adelaantos de hoy en día son que te pasman!
Requena.– ¿Pues?
Minguez.– Mira, me ha dicho que está estudiando un libro que es una cencia nueva que ha salido ahora, ¿sabes? que le dicen…aguarda que me recuerde…La…entropometía, o una cosa así, pero no me hagas caso.
Requena.– ¿Y de que dimana eso?
Minguez.– Pues es un Tratao, ¿sabes? que lo lees y después que lo estudias, coges a un endeviduo cualesquiera y ná más que le tientes la cabeza y le mires las narices conoces si es creminal u no es creminal.
Requena.– (Con asombro) ¡Por las narices!
Mínguez.– Por las narices
Requena.– Oye Mínguez, chuflitas no.
Mínguez.– ¡Cómo chuflitas!… Más verdá que el gallo. Y es más; dice mi sobrino que el agarra un ladrón, le toma la medida de oreja a oreja y te dice lo que va a robar pasao mañana.
Requena.– ¡Atiza! Tu la traes de Cazalla, Mínguez.
Mínguez.– ¿De Cazalla?….Yo vengo más sereno que si trajera chuzo. Son cosas que no fallan, Requena, y cualisquiera que se haya empapao de esa cencia te tienta la frente y te conoce lo que eres.
Requena.– ¿A los solteros también?
Mínguez.– A todos. Que tienes la bóveda frontal pa fuera, ladrón; que la tiés pa dentro, falsificador. Ojos hundidos, asesino; belfo colgante, instintos feroces. Pómulos salientes, creminalidaz innata. Total, que te miran una uña y es como si te leyeran la cédula.
Requena.– Gachó, pues si es verdá eso, mete miedo.
Mínguez.– Y hay más.
Requena.– ¿Más?
Mínguez.– Agarramos nosotros a un creminal, un supongamos.
Requena.– Que es mucho suponer.
Mínguez.– No es más que pá ejemplo. Pues en seguida va mi sobrino, le pringa el dedo gordo con polvo de imprenta, le hace que deje la señal marcado en un papel y ya le pues dejar que te se escape. Se marcha a Rusia y lo traen.
Requena.– ¿Que lo traen por la señal de los dedos?
Mínguez.– ¿Que no?
Requena.– Ca hombre. Cuando se te escapa un creminal la señal que te hace con los dedos es feísima. ¡La sabré yo, que siempre me han hecho la misma!…
(suena un timbre)
Mínguez.– El Comisario.
Requena.– Entra a ver.
(Mínguez entra en el despacho de su jefe. A poco sale con gesto de contrariedad.)
Mínguez.– ¡Arrea!
Requena.– ¿Qué pasa?
Mínguez.– Ná, un guaja que hay en el calabozo, que tenemos que llevarlo de quincena.
Requena.– Pues sí que es un numerito pa como está la noche.
Mínguez.– Y qué remedio. Toma el oficio. (Le da un sobre grande.) Voy por él.
(Coge una lave, sale y regresa a poco, precedido del peque Rata)
Peque.– ¿Voy al juzgao?
Requena.– Más lejos.
Mínguez.– Echa pa alante.
(Salen a la calle. Los guardias se levantan los cuellos de las capotas. El gollfillo, descalzo, sin camisa, mal envuelto en una enorme chaqueta, con las manos cobijadas entre los andrajos del pantalón, camina delante de la pareja, encorvado, aterido, silencioso. Atraviesan calles y más calles. Llegan al fin a la de la Princesa.
Los guadias siguen obsesionados en su conversación anterior)
Minguez.– ¿De forma que tú no crees en esa cencia pa conocer creminales?
Requena.– Natural que no; ¡Ni que fuera de pueblo!
Minguez.– ¿Quieres que hagamos el experimento con este golfo, pa que te convenzas?
Requena.– Bueno. Hazlo, y verás cómo no sacamos ná en claro.
Minguez.– (Al Peque). Oye, chico.
Peque.– ¿Qué quié usté?
Mínguez.– Ven aquí.
(Le llevan debajo de una farola. Mínguez le agarra por el pescuezo)
Peque.– (Aterrado). Pero, ¿qué me van ustedes a hacer?
Mínguez.– A examinarte la cremnalidaz. Saca la mandíbula.
Peque.– ¡Que yo no tengo de eso, guardia!
Requena.– No te apures, hombre, que es un examen nada más.
(Le empiezan a tantear la cabeza)
Peque.– ¿Qué me buscan ustés?
Mínguez.– Calla. ¿Tú a qué te dedicas?
Peque.– Al afano.
Mínguez.– ¿Lo ves? Tiéntale: ocipucio abultao.
Requena.–Ya lo veo.
Mínguez.– ¿Qué has robao hoy?
Requena.– Un impremeable.
Mínguez.– Fíjate en el temporal.
Requena.– Saliente.
Mínguez.– Ahí lo tienes. Y ahora repara en las narices.
Peque.– Lo de las narices es de un puñetazo que me dio el amo del comercio cuando me agarraron.
Mínguez.– No me refiero a la inflamación, sino a la estruztura. Este chico es un ejemplar, Requena. Y míreslo por donde lo mires, se ve la creminalidaz nativa.
Requena.– Bueno, pero aguárdate que le investiguemos de palabra, que yo no me conformo.
Mínguez.– Verás cómo no falla.
Requena.– ¿Tú, como te llamas, chico?
Peque.– El Peque Rata.
Mínguez.– ¿Tienes madre?
Peque.– Sí, señor. Y no, señor. Digo que sí porque la tengo y digo que no porque es como si no la tuviese.
Mínguez.– ¿Está en la cárcel?
Peque.– Sí, señor.
Requena.– ¿Dónde vivíais antes?
Peque.– Pa hacia la Elipa, en el tejar de Canales, que mmi madre cocía ladrillo; pero aluego se ajuntó con uno que le dien el Ché de Valencia, que robó con dos más en un hotel de las ventas y a mí madre la complicaron, se fue a chironi y me quedé solo.
Mínguez.– ¿Y tu padre?
Peque.– Le conozco de vista pero no le trato.
Requena.– ¿Y tú no tienes a nadie más?
Peque.– Tengo a una tía que es lavandera, que le dicen la Manchega, que vive orilla del río, pero son cinco bocas y no tié más que tres lavaos y cuando fui y le dije que si me podía dar algo, fue y me dijo: “A ver que te voy a dar con esta miseria. Cuando tengas sed, bájate por aquí”
Requena.- ¿A tí no te habían puesto a oficio?
Peque.– Ese, que creo que e smi padre, habló pa que me tomaran de aprendiz en una ebanistería de la cae Hermosilla y me tomaron; pero como no tenía cuido de nadie, bajaba al taller con una ropa que me se veían las carnes. Hasta que un día me dijo el maestro: “Si vienes con esa ropita, pues más me enseñas tú a mí que yo te pueda enseñar”. Y era verdá, que como voy pa grande había veces que la maestra me tenía que dar los recaos de espaldas. Por eso me aliviaron.
Requena.– ¿Y qué hiciste?
Peque.– Me eché con otros a piravear por los mercados. Y algunas veces hago maletas en el Mediodía, porque en el Norte está el Chulo Molla, que no deja a ninguno que viva.
Minguez.– ¿Y dónde duermes?
Peque.– Antes dormía en el asador.
Requena.– ¿Qué es eso?
Peque.– Las rejas del Teatro Real, que sale calefacción y se está tan ricamente. Pero vino el Mellao con una carta de recomendación pal sereno y me echaron a mí. Que uno no tié influencia. Y salí de naja pa los desmontes del Oservatorio y allí voy a la rosca con diez o doce.
Requena.– ¿Y tú por qué robas?
Peque.– Hay que vivir. Pero ya ve usted, lo de hoy me ha pasao por primo. El que se mete a bueno, la paga.
Mínguez.– ¿Que te ha pasao?
Peque.– Pues ná, que anoche se nos coló en la cueva un chino de esos que hacen cosas con los papeles de colores, que no nos ha dejao dormir en toa la noche de lo que ha tosido. Y esta mañana se quejaba y no se podía levantar, y todos se han dicho “este se muere” y han arreao. Y a mí me hacía señas de que no me marchara y me ha explicao que tenía hambre, y claro, uno pos no va a dejar que se muera una presona aunque sea extranjera; y me eché por ahí y dije: Yo voy a ver si doy un tirón y le llevo algo al chino ese. Pero m’han apiolao y ahora a la trena. ¡Pobre chino! ¡Qué se pensará de mí!
Requena (a Mínguez). ¿Estás viendo cómo no hay tal creminalidad nativa, so buche?
Mínguez.– Entonces ¿por qué roba este golfo, por qué es reincidente, vamos a ver?
Requena.– Pues porque el que no puede ganarlo o no le han enseñao a que se lo gane, cuando tiene gazuza y ve un panecillo tirá con él…tenga las narices como las tenga.
Mínguez.– De forma que la cencia de mi sobrino…
Requena.– Lombarda cocida.
Mínguez.– ¿Entonces, tu crees que el Tratao?
Requena.– Cuando se tiene hambre, el tratao…Debe ser el panadero, querido Mínguez. Tó lo demás, pamplinas.
Peque.– (Balanceándose nerviosamente y castañeteando los dientes. ¿Quién ustés que andemos?
Requena.– ¿Que te pasa?
Peque.– Que no me tengo de frío, guardias. ¡Estoy helao!
Requena.– Pobre criatura… ¡Maldita sea!
(En aquel momento, de una calle próxima sale un grupo de gente bullanguera haciendo sonar zambombas, latas y almireces. La voz fuerte y desgarrada de una moza entona un villancico en el silencio de la calle desierta)
Los pastores en Belén
todos juntos van por leña
para calentar al Niño
que nació la Nochebuena.
(Los guardias y el golfo reanudan silenciosos su marcha. Y al fin, camino de la carcel, se pierden a lo lejos, en la niebla espesa y fría, como si alguien quisiera borrar de la noche solemne aquellas grotescas siluetas…. Sigue escuchándose muy lejana la algarabía del grupo bullanguero que canta:
Ande, ande, ande,
la Marimorena.
Ande, ande, ande
Que es la Nochebuena.