Joludi Blog

Mayo 25
“El Error de Descartes”
Algún amable lector me ha llamado la atención sobre el hecho de que muchos de estos posts que escribo hacen referencia a estudios o investigaciones sobre neurociencia, psiquiatría y en general sobre la relación entre las...

“El Error de Descartes”

Algún amable lector me ha llamado la atención sobre el hecho de que muchos de estos posts que escribo hacen referencia a estudios o investigaciones sobre neurociencia, psiquiatría y en general sobre la relación entre las hormonas–como la oxitocina, por ejemplo–y los comportamientos o actitudes. Se diría que el asunto me obsesiona.
Voy a intentar explicar por qué creo que ocurre esto.
Pero para hacerlo, voy a referirme a un crimen que ocurrió hace exactamente 30 años en San Francisco, California.

Estamos, en un frío y húmedo día de Noviembre de 1978. Un hombre de mediana edad, llamado Dan White, resentido porque le han suspendido repetidas veces en unos exámenes para acceder a la categoría de funcionario municipal, atenta con una pistola contra el alcalde de la ciudad, George Moscone, y acaba con su vida. También muere otro político que acompañaba al alcalde.

Han pasado varios meses. White ha sido apresado y está siendo juzgado. Sorprendentemente, su abogado argumenta que este hombre había cometido el crimen con un nivel de conciencia muy afectado por los bajos niveles de azúcar en sangre. Vamos, que el opositor fracasado disparó en pleno ayuno y que sin duda se encontraba en ese momento completamente “afamiau”, como diría mi abuela.
Lo curioso es que este argumentó funciona en el juicio. Y aunque White fue declarado culpable, su condena es sorprendentemente corta.

El caso de White y su bajo nivel de azúcar, epitomiza una de las ideas claves de nuestro tiempo, que por haber adquirido carta de naturaleza ya no nos sorprende mucho y ha pasado a formar parte de nuestro paisaje mental colectivo. Se trata de la idea de la profundísima unidad entre la mente y el cuerpo; la interrelación entre los cambios químicos que se producen en el interior de nuestro organismo, y lo que ocurre en el interior de nuestro cerebro, lo que a su vez determina nuestra conducta. Y viceversa, por supuesto, porque cada vez existen más áreas de la ciencia que estudian la influencia directa de nuestros pensamientos sobre nuestro organismo en general. (Por ejemplo, ha surgido toda una nueva y fascinante disciplina médica, la psiconeuroinmunología, que centra su estudio en las diferentes formas en las que el cerebro puede regular nuestras defensas inmunológicas.)

Hasta hace no mucho tiempo, se creía que nuestro cerebro era una especie de ser angelical, totalmente aislado del mundo, una mezcla de ingeniero, filósofo y dictador supremo, que habitaba en la torre de marfil aséptica y acorazada del espíritu. Desde su elevado puesto de control, gobernaba las miserias del cuerpo, tal como lo hacía Koji Kabuto en los añorados dibujos de Mazinger Z.

Hoy se sabe que no existe tal cosa. Incluso algo tan peregrino como el nivel de azúcar en nuestra sangre, modifica profundamente nuestra forma de pensar, sentir y decidir. Hasta el punto de afectar a la valoración judicial de la responsabilidad en un supuesto de crimen. Somos realmente un todo. Y no tiene mucho sentido disociar cuerpo y alma.

Quien mejor ha explicado este sentido unitario, esta capacidad que tenemos de “pensar con nuestro cuerpo” es el gran neurólogo portugués Antonio Damasio al que conviene leer y releer tanto como se pueda. Este científico acuñó un término muy afortunado para describir la creencia antigua según la cual alma y cuerpo vivían en instancias separadas. “El error de Descartes”, lo llamó, aludiendo a un famoso texto del filósofo francés (en El Discurso del Método) en el que este argumentaba que lo material y lo espiritual son dos mundos absolutamente distintos y diferenciados.
Cuando pasen muchas generaciones, y se analice retrospectivamente el siglo XX desde el punto de vista de evolución del pensamiento, yo estoy seguro de que se mencionará “El Error de Descartes” como uno de las tres o cuatro grandes ideas clave de nuestro tiempo. Como el gran paso que hemos dado en el conocimiento del fenómeno humano.
Quizá, como estoy convencido de todo esto, ocurre que sin darme cuenta, escribo mucho sobre este asunto, tal como ha notado sagazmente el gentil lector al que me refería al comienzo de este post. Pero me parece lógico que sea así. Después de todo, dejo que mis dedos escriban sobre aquello que me impresiona o me intriga. Y este es el caso.