Joludi Blog

Ene 30
La Redactora de la Biblia.
Es bien sabido que, según los expertos, los tres primeros libros de la Biblia, al menos en sus partes cruciales, fueron escritos por un redactor singular. Nadie sabe quién era. Pero, por el estilo de Génesis, Exodo y...

La Redactora de la Biblia.

Es bien sabido que, según los expertos, los tres primeros libros de la Biblia, al menos en sus partes cruciales, fueron escritos por un redactor singular. Nadie sabe quién era. Pero, por el estilo de Génesis, Exodo y Números, parece indudable que fue una persona específica que escribió entre los años 950 y 900 a.c y cuyos textos fueron luego editados por un recopilador algo más tarde, durante el exilio babilonio.
Pues bien. Hay quien piensa que ese escritor misterioso de los primeros textos bíblicos fue una mujer, si se tienen en cuenta algunos aspectos de estilo. Esta es la idea, por ejemplo, de Samuer Butler. Harold Bloom también considera que es una hipótesis muy plausible, aunque no llega a estar de acuerdo en que, como sugiere Jack Miles, se trate concretamente de Betsabé, la madre de Salomón, la mujer sensual que soñaba Rembrandt, y que, por cierto, no era hebrea…(también se ha dicho, curiosamente, que Homero era una mujer, especialmente a juzgar por la psicología femenina que derrocha el autor/a en la Odisea).
Lo cierto es que esos primeros tres libros bíblicos son fascinantes. Y lo son no tanto porque nos presentan a un dios o dioses (elohim es plural) antropomórficos (Dios se lava los pies cuando visita a sus criaturas, se reclina bajo el árbol, cansado, como ellas y agradece un poco de ternera y unas tortas con crema, preparadas amorosamente por Sara), sino porque nos muestran, suprema ironía, un hombre divinizado, más bien que un dios humanizado.
Jacob se pasa una noche entera luchando en combate singular con un misterioso ser divino, uno de esos elohim (puede ser un escolta de dios, un angel, o un demonio; siempre queda la puerta abierta a la interpretación). La pugna es a brazo partido (o mejor, a pierna partida, porque Jacob quedará lisiado para siempre como consecuencia del encuentro). La lucha queda en tablas, concluyendo tan solo porque Jacob se disloca la cadera, merced a un vil truquillo del ser divino, que parece querer detenerse al surgir la luz del día, como si fuese un vulgar vampiro.
Un semidios, pues, Jacob. De hecho, terminado el combate es rebautizado por su rival con el nombre de Israel: “Ya no se dirá que tu nombre es Jacob sino Israel, pues te has enfrentado a seres divinos y a hombres, y has vencido”. El nombre de Israel puede interpretarse, ciertamente, como “el que lucha con Dios o frente a Dios”.
Es un mundo, sutil, maravilloso y extraño el de esos tres primeros libros. Un mundo en el que los dioses y los hombres conviven como si se tratase simplemente de dos tribus diferentes y en dura competencia. A veces, llegan a mayores, como cuando Yavé intenta matar a Moises, un poco a traición, en la posada, mientras Moises está de viaje hacia Egipto. Solo la rauda y sabia intervención de la mujer de Moisés, Tzipora, salva a su marido de las insidias de Yave, aunque le cuesta la sangre del prepucio de su hijo…No es muy normal un protagonismo femenino tan claro y tan crucial en los relatos de la Antigüedad. ¡Moises vive gracias al talento y coraje de su esposa!
Yo no tengo conocimientos para saber si esos protagonismos femeninos de los primeros textos bíblicos (Sara, Tzipora…) y el estilo y la psicología del texto, nos indican o no una autoría femenina del Génesis, Exodo y Números, como dicen cualificados expertos. En cualquier caso, me parece una hipótesis deliciosa…Merece ser cierta.


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