Joludi Blog

Mayo 28
Cultura y coraje.
Ayer noche, mientras cenaba, hablaba con mi hijas sobre la Segunda Guerra Mundial y en particular sobre el increible esfuerzo de los aviadores ingleses para detener con éxito la ofensiva de la Luftwaffe en 1940. De no ser por las...

Cultura y coraje.

Ayer noche, mientras cenaba, hablaba con mi hijas sobre la Segunda Guerra Mundial y en particular sobre el increible esfuerzo de los aviadores ingleses para detener con éxito la ofensiva de la Luftwaffe en 1940. De no ser por las hazañas de ese puñado de valientes-comentábamos- el curso de la historia de la Humanidad hubiese sido totalmente diferente. Mi hija pequeña incluso sabía que faltó poquísimo para que los alemanes hubiesen doblegado definitivamente a la RAF cambiando con ello el curso de la guerra.
Pues sí. Me sorprendió bastante descubrir que mis hijas estaban razonablemente al corriente de la llamada Batalla de Inglaterra y de su gran significado. Tal vez eso tiene relación con el hecho de que van a un colegio con curriculum británico, y en lugar de poner el énfasis en la historia de la Comunidad Autonóma de Madrid (como ahora se hace) y en sus diferentes riachuelos y afluentes, estudian Historia de Europa y minucias similares.
En el curso de la conversación, surgió el tema de la comparación entre el muy diferente comportamiento de los ingleses, los franceses y los italianos durante el curso de la última gran guerra. Comentamos en particular el poco lucido papel que parece que hicieron los soldados italianos en el conflicto. Pero yo me apresuré a discrepar respecto a cualquier generalización que se pueda hacer respecto al coraje de los italianos. Junto a la indudable cobardía y la incompetencia del Rey Victor Manuel de su mariscal Badoglio y de muchos otros generales de la Italia fascista, hay que poner en el otro lado de la balanza a personajes de la historia italiana reciente como Garibaldi y sus seguidores, valientes entre los valientes, corajudos y sacrificados hasta límites inconcebibles. A Garibaldi y sus idealistas italianos se les puede igualar en valor, pero no superar. Y lo mismo se podría decir de los soldados que dirigió en 1941 el audaz Duque de Aosta en Abisinia septentrional, donde en apenas unos días se sacrificaron heroicamente 50.000 italianos, en una de las batallas, la de Cheren, más épicas y sangrientas de la Segunda Guerra Mundial.
Hay gente que piensa en cambio, que los ejércitos de los pueblos muy cultos, como lo es sin duda el italiano y el francés (sin discusión los pueblos más cultos del planeta) difícilmente pueden ser valerosos hasta la temeridad.
Yo no creo en esa teoría, pero hay que reconocer que tiene arraigo. Ahora estoy leyendo un estupendo libro escrito por los mejores generales del Tercer Reich en el que estos atribuyen el portentoso comportamiento de los soldados rusos a su profunda incultura y primitivismo. He oído comentarios parecidos referidos al arrojo de los guerrilleros españoles que luchaban contra Napoleón.
Este planteamiento ya está presente en Montaigne. Según él, en un Estado marcial, el estudio de las ciencias reblandece y afemina los ánimos, en lugar de afirmarlos y aguerrirlos. En su época, el Estado más fuerte del mundo parecía ser el de los turcos, que según Montaigne era un pueblo igualmente adiestrado en el aprecio de las armas y el desdén de las letras. Al ensayista francés Roma le parece más valiente antes de que fuera docta y pone como ejemplos de lo mismo a los escitas, a los partos, a Tamerlán…Cree que cuando los godos asolaron Grecia, lo que salvó a todas las bibliotecas de ser incendiadas fue que uno de ellos difundió la opinión de que había que dejar tal bien mueble entero a los enemigos, pues era útil para apartarlos del ejercicio militar y entretenerlos en ocupaciones sedentarias y ociosas. Y, cuando Carlos VIII, casi sin desenvainar la espada, se vio dueño del Reino de Nápoles y de buena parte de la Toscana (hasta que las brutotas huestes de nuestro Gran Capitán le llevaron la contraria), sus asesores explicaron el fenómeno argumentando que los príncipes y la nobleza de la Italia del Quattrocento se dedicaban más a hacerse doctos que guerreros.
Quien sabe. Tal vez tenía razón Montaigne y aquellos generales del Tercer Reich que contemplaban admirados y asombrados el sobrehumano sacrificio de los “primitivos” rusos. A lo mejor es verdad que donde hay cuarteles no florecen las bibliotecas. Y viceversa. Pero algún día me entretendré en buscar algunos contraejemplos. Empezando por el gran Socrates, que fue por cierto un excelente soldado o más precisamente un buen “marine”, pues en 432 a.c ganó una medalla al valor al acudir en socorro del joven y bello Alcibíades que estaba herido en la playa. Valerosamente, cargándolo en sus propios brazos, el filósofo rescató al joven entre una selva de feroces enemigos. Las malas lenguas dicen que eso no fue exactamente valor, sino puro amor…Pero eso es ya otra historia.