Joludi Blog

Mayo 31
El Hombre que Perdió Cuatro Veces sus Piernas.
Uno de los personajes más fascinantes del siglo XX fue sin duda Douglas Bader, el mayor as de la aviación de la Segunda Guerra Mundial. O mejor dicho, uno de los dos mayores ases de ese conflicto, porque...

El Hombre que Perdió Cuatro Veces sus Piernas.

Uno de los personajes más fascinantes del siglo XX fue sin duda Douglas Bader, el mayor as de la aviación de la Segunda Guerra Mundial. O mejor dicho, uno de los dos mayores ases de ese conflicto, porque habría que colocar a su altura al portentoso Adolf Galland, su némesis en la RAF.
Bader, vivió intensamente los dramas de la primera Guerra Mundial cuando era un niño. Perdió por entonces a su padre, voluntario del cuerpo expedicionario inglés en Francia, que fue abatido por los alemanes en un lugar de Normandía llamado Saint Omer.
Quizá ese hecho le marcó para siempre. Y tal vez guarde relación con su decisión de ingresar a los 18 años en la Escuela del Aire de la RAF de Cranwell, donde años después se diplomó brillantemente como aviador.
Durante la década de los 30, Bader participó en muchas exhibiciones de acrobacia. Se convirtió en el indiscutible número uno de la RAF en este tipo de eventos. Pero, por desgracia, en una de las exhibiciones padeció un accidente con su avión y perdió las dos piernas.
Para la mayoría de los mortales, ese accidente habría sido el fin de una carrera. Pero Bader estaba hecho de otra pasta. Y la pérdida de sus dos piernas marcó el comienzo de una de las trayectorias más prodigiosas que ningún soldado haya podido realizar en toda la historia militar.
Su primera hazaña fue andar. Andar sin muletas sobre sus piernas protésicas. Todo el mundo le decía que era imposible. Pero el se empeñó, como haría siempre en su vida, en llevarle la contraria a la lógica, con la misma convicción con la que había llevado la contraria a la ley de la gravedad sobre su avión. Y lo consiguió. Tambaleaba, pero andaba.

En 1932, tras realizar esfuerzos sobrehumanos de rehabilitación, se las arregló para pilotar un avión de entrenamiento, sin permiso. Pretendía demostrar que podía seguir volando, pese a ser un hombre sin piernas. Y lo demostró.
Sin embargo, pocos meses después, y pese a la demostración, el comité médico militar le declaró definitivamente inválido. Y le obligó a abandonar la RAF.

Cualquier ser humano se habría rendido entonces para siempre. Pero Bader no era cualquier ser humano. Nunca renunció a su sueño. Y cuando estalló la segunda guerra mundial comprendió que había llegado por fin su oportunidad. Movilizó a sus mejores contactos de sus tiempos como as de la acrobacia y se las arregló para reingresar en la RAF, que necesitaba imperiosamente disponer del máximo número de pilotos para hacer frente a la terrible amenaza de la Luftwaffe. Aunque fuesen unos lisiados como Bader.

En Febrero de 1940, tras ser nombrado comandante de la 222 Escuadrilla de Caza, con base en Duxford, Bader estaba ya al mando de un flamante Spitfire. Quizá, cuando subió a la cabina, soñaba ya con recorrer los cielos de Normandía y tomarse la revancha de la muerte de su padre derribando algún Messerschmitt mientras sobrevolaba el pueblecito de Saint Omer, donde fue abatido su progenitor trece años antes.
Al realizar el primer despegue, Bader cometió un error de novato, arrancó con la hélice pasada de revoluciones y, trágicamente, el aparato estalló al despegar.

Bader sobrevivió, aunque perdió por segunda vez sus piernas, que quedaron totalmente destruidas (si bien eran protésicas en este caso).

Una vez más, nos vemos obligados a repetir el estribillo de esta historia: nadie, absolutamente nadie hubiera resistido emocionalmente este tremendo nuevo revés, que además debería haber tenido un efecto demoledor sobre la autoestima del piloto, pues el error había sido debido tan solo a su imperdonable descuido. Ni siquiera tenía Bader el consuelo habitual con el que los mortales de a a pie nos solemos reconfortar cuando atribuimos al destino o la fatalidad nuestras desgracias. Pero es que estamos hablando de Douglas Bader, no de una persona normal…

Gracias a la intervención directa del Ministro británico del aire, Trafford Leigh-Mallory, Bader tuvo una nueva oportunidad, y fue confirmado en el mando de la escuadrilla. Quizá Leigh-Mallory intuía que dentro de la cabeza de este indomeñable personaje, estaba el tipo de hombre invencible que hacía falta para salvar a Gran Bretaña de la amenaza nazi. Si fue así, bravo por el ministro y su intuición.

En junio de 1940, Bader comenzó a demostrar lo que llevaba dentro. Su participación en la cobertura aérea de la retirada de Dunkerque llamó la atención de los observadores. Como recompensa, fue nombrado fefe de la 242 escuadrilla de caza, una unidad que había sido diezmada y cuyos componentes tenían la moral por los suelos. Aquellos pilotos no se sintieron especialmente motivados cuando vieron bajar del avión a su nuevo jefe, un inválido con piernas de prótesis que caminaba tambaleándose. Muy mal debía estar la RAF cuando mandaban a un mutilado para hacerse cargo de la escuadrilla. Bader percibió inmediatamente lo que estaba ocurriendo en las mentes de sus nuevos subordinados. Así que volvió a subir al avión y les hizo una demostración acrobática de 30 minutos que dejó con la boca abierta a todos y cada uno de los pilotos. Esos flecos en el aire conquistaron para siempre la mente y los corazones de aquellos hombres, que a partir de esa exhibición del jefe lisiado quizá comprendieron que la voluntad es capaz de hacer posible lo imposible.
Al cabo de unos días de entrenamiento, Bader confirmó que su nueva escuadrilla estaba de nuevo lista para el combate, con los aviones preparados para volar y con un puñado de pilotos que habían pasado de la desmotivación y el pesimismo a sentirse verdaderos héroes del cielo, convencidos de que no hay milagro que no se pudiera realizar bajo el mando del hombre sin piernas. Un hombre que había conseguido cambiar sus mentes. Y cambiar la mente es cambiarlo todo.
La participación de Bader y sus hombres en la Batalla de Inglaterra cambió la historia del mundo. El propio Bader derribó un número increible de aviones alemanes y recibió la Distinguished Flying Cross y la Distinguished Service Order. Se había convertido en el héroe vivo por antonomasia. El bueno entre los buenos. El tipo hombre al que Churchill se refería cuando dijo aquello de que “nunca tan pocos hicieron tanto por tantos”.
Pero la vida da muchas vueltas. Tantas como las acrobacias que solo Bader sabía hacer para desorientar hasta la locura a los pilotos alemanes ante de derribarlos.

En agosto de 1941, mientras Bader cumplia su sueño de sobrevolar con su avión el pueblo de Saint Omer, donde había muerto su padre, un Messerschmitt 109 le alcanzó de pleno. Tuvo que saltar en paracaídas y perdió ¡por tercera vez! sus piernas.

Fue hecho prisionero por los alemanes y llevado al Hospital de Saint Omer, el mismo pueblo en el que una bomba alemana destrozó la cabeza de su padre. Toda una jugarreta terrible del destino.

Pero la noticia de su captura llegó a oidos de Adolf Galland, el gran as de la Luftwaffe, el otro “Bader” del bando alemán. Galland mandó inmediatamente a su propio chofer a recoger a Bader, que también se había convertido en una leyenda entre los pilotos de la aviación alemana y a quien él admiraba profundamente. Los dos héroes se encontraron y charlaron. Quién sabe de lo que hablaron mientras cenaban y bebían buen vino francés en un castillo de Normandía.

Y entonces ocurrió algo asombroso. Se puso en marcha una de las operaciones más extrañas e increibles de la Segunda Guerra. Galland telefoneó a su amigo Werner Kreipe, General de las Fuerzas Aéreas Alemanas, al mando de la Tercera Flota Aérea y le pidió que autorizase a un avión británico a traer hasta Normandía un par de piernas protésicas para Bader. Y Kreipe, inesperadamente lo autorizó.

Un solitario avión inglés sobrevoló el territorio francés ocupado por los alemanes, para asombro de los soldados de la Wehrmacht que estaban en tierra. Y en un paracaídas, lanzaron las dos piernas que Galland había solicitado para su amigo/enemigo Bader. Luego el avión inglés se fue por donde había venido. Silenciosamente. Sin ser molestado por nadie. Fue un raro ejemplo de caballerosidad en el contexto del infierno de odio y brutalidad de la gran guerra mundial.
¿Fueron esas las últimas piernas de Douglas Bader? Pues no. Porque el indomeñable Bader se convirtió en un profesional de la evasión. Con la voluntad invencible que le caracterizaba, intentó huir no una, sino decenas de veces. Ante lo cual, los mandos de la fortaleza de Colditz, aunque admiraban y respetaban sin límites a este hombre fuera de lo normal, le amenazaron con retirarle las prótesis si no prometía solemnemente no intentar escaparse de nuevo. Bader se negó a hacerlo. Y así perdió por cuarta vez sus piernas. Esta vez, en cierto modo, fue él quien renunció a ellas.

En 1945, tras cuatro años de cautiverio, Bader fue liberado. Y el 15 de Septiembre, ya equipado con su quinto par de piernas, sobrevoló la ciudad de Londres al frente de 300 aviones que participaron en el majestuoso Desfile de la Victoria.
Terminada la guerra, Bader se concentró en actividades de ayuda a los mutilados de guerra. Y por ello fue nombrado en 1976 Caballero del Imperio Británico, por la Reina Isabel II.

Hace unos meses, leí en el Mirror que alguien intentó vender en una subasta unas piernas protésicas que se supone pertenecieron de este portentoso hombre. Me indignó un poco la noticia.

Me pareció muy triste que las prótesis del héroe acabasen en una prosaica subasta, para ser compradas por el mejor postor.

Creo además que que no hay dinero en el mundo para adquirirlas por su verdadero valor.