Tenderos.
La política se ha convertido en un juego más bien comercial o mercantil, entendiendo esos términos en su expresión más vil. Y los políticos no parecen ahora sino mercaderes inmorales. Sus actitudes, su lenguaje, hasta su forma de vestir, son más propios de casposos ejecutivos de marketing que de líderes inspiradores de los pueblos. “Ambiciono la mayoría absoluta” dirá uno. “Estamos perdiendo apoyo popular en los segmentos más jóvenes” dirá otro. “Solo conseguiremos gobernar si nos centramos”, explicará un tercero. Se diría que están hablando de una campaña de lanzamiento de salchichas, más bien que de ilusiones y sueños colectivos.
Esta degradación es propia de nuestro tiempo. En nuestro siglo XIX y albores del XX, los líderes políticos que teníamos solían ser razonablemente sabios y mas bien admirables. Pensaban y escribían muy bien, y estaban por lo general cargados de autoridad moral, desde Castelar a Azaña, pongamos por caso, pasando por Pi i Margall o Salmerón. Por no mencionar, en otros pagos, figuras colosales como, qué se yo, Disraeli, Poincaré, Cavour o el maravilloso presidente y erudito portugués Teófilo Braga, al que yo nunca dejo de leer.
Pero ahora solo tenemos una casta atroz de insufribles mercachifles de pacotilla, de products managers de la urna, de peritos mercantiles de los escaños y oscuros burócratas reciclados que ni siquiera saben articular tres simples líneas que merezcan digna recordación. ¿Será que nos merecemos esta clase política de tenderos y trincones de tercera regional?
