
La Tata.
Me he propuesto, como tantas veces, no leer periódicos durante estos días en el Monestir. Pero siempre incumplo este tipo de saludables propósitos.
De modo que he podido ver ayer en la tableta (o tal vez fue anteayer, je ne sais pas) las reproducciones de los billetes de avión que una generosa organización criminal dirigida por un tipo de alias “el Bigotes”, envió a Rajoy para que él su y familia disfrutasen de una bien merecida semana de asueto y aislamiento en Canarias, justo después del terrible atentado que tenía en alarma y consternación a España y Europa.
Pero lo que más me ha sorprendido en este asuntejo es que Rajoy no solo acepta el generoso detallito de la trama Gurtel, sino que al parecer, exige que en la comitiva vaya también…¡la tata!
¡La tata! Sí, a Canarias y con cargo a El Bigotes, se va Rajoy con su esposa, su prole…¡y la tata!
Esto es muy bonito. Que no me lo niegue el lector. Llevarse a la tata al viaje de relax y exigir para ella también un billete de avión de primera clase (tata, palabra casi universal, que en muchos idiomas europeos denota a un familiar o pseudofamilar que solícito nos cuida cuando somos niños, y que deriva del sánscrito “atta”, madre o hermana mayor) es un símbolo del sentido social y de la voluntad indomeñable de eliminar las fronteras entre las clases…
No debemos ser tan malévolos como para fijarnos solo en el secundario hecho de que Rajoy acepte un regalo de unos pocos miles de euros por parte de unos delincuentes (desde el punto de vista antropolígico, toda aceptación de un regalo implica un compromiso de devolución, como nos explicaba Levy-Strauss). A lo que hemos de prestar atención es al hecho de que Rajoy exija que la trama de El Bigotes también pague el pasaje de la tata. Eso dice mucho de quien nos gobierna y su obsesión por superar la lucha de clases y favorecer a los oprimidos. Y nos tranquiliza frente a esos otros datos que nos hablan de ingresos anuales superiores al cuarto de millón de euros, ya en plena crisis.
La tata, hay que fijarse en la tata. Solo en esa tata que viaja a Canarias con el grupito, mientras en Atocha aún huele a cadáver y todavía sale humo de entre los retorcidos amasijos de los vagones destruidos por las bombas.