Amor y Odio.
Me dicen que Judith Polgar la extraordinaria jugadora húngara de ajedrez, que vive actualmente en Texas, ha emprendido una cruzada para convertir el noble juego en un deporte de masas. Está recurriendo a toda clase de patrocinadores y medios.
Lo tiene difícil, pienso yo. Aunque de Polgar se puede esperar casi cualquier cosa. Es un contraejemplo vivo de la teoría según la cual ninguna mujer puede entrar en el ajedrez de verdadera élite.
Quienes sostienen esta tesis, suelen aludir a la conocida idea de Nietzsche, el misógino recalcitrante, que decía que cuando en el juego no intervienen el amor o el odio, la mujer juega de manera mediocre.
Pero aunque eso fuese cierto, no tendría aplicación, pienso yo. Porque el ajedrez es tan solo una metáfora más del odio y del amor. Quizá la más perfecta entre esas metáforas.
