Joludi Blog

Jul 30
Tulipmanía y economía emocional.
Los economistas, ya se sabe, son expertos en predecir lo que va a ocurrir, y en explicar después con gran detalle, por qué no ocurrió exactamente lo que ellos habían predicho.
Ahora, para explicar la extraordinaria y...

Tulipmanía y economía emocional.

Los economistas, ya se sabe, son expertos en predecir lo que va a ocurrir, y en explicar después con gran detalle, por qué no ocurrió exactamente lo que ellos habían predicho.
Ahora, para explicar la extraordinaria y no prevista gravedad de la actual crisis financiera internacional, los expertos nos explican que los modelos económicos han fallado esencialmente porque no preveían el factor miedo.
Nos dicen ahora que la teoría macroeconómica más a mano, la definida por Friedman y sus seguidores en las últimas tres décadas, se equivocaba al asumir un comportamiento estrictamente racional por parte de los protagonistas de los mercados. Olvidaba entre otras cosas, el factor pánico. Y por lo tanto, fallaba al no prever una intrínseca tendencia de los sistemas económicos hacia la inestabilidad, y no hacia el equilibrio.
Lo curioso es que la Historia nos ha mostrado hasta la saciedad que el comportamiento de los mercados no es nunca racional.
Ayer tarde, caminando por un Amsterdam soleado y bellísimo, en dirección al elegante hotel Dylan, en el Kaisergracht, pensaba en el desastre económico que estamos viviendo, cuyo alcance quizá sea mayor de lo que pensaba, pues ya se habla de un billón de euros (10 elevado a la 12) como medida del quebranto financiero que se va a producir. Naturalmente, estando donde estaba, no pude menos de acordarme de la crisis que sacudió a los Países Bajos en 1636, la famosa “Tulipmanía”.
La Tulipmanía o “Bollengekte” fue una formidable locura colectiva, una especie de burbuja inmobiliaria en la que en lugar de especular con pisos y terrenos se especulaba con bulbos de tulipanes, la flor que estaba de moda en aquella época y que se había convertido en un verdadero símbolo de estatus. Se llegaron a intercambiar hasta cuarenta mil metros cuadrados de buena tierra por un simple bulbo de la variedad Viceroy. Con uno solo de estos bulbos se podía comprar cuatro bueyes, doce ovejas o dos toneladas de mantequilla.
Surgió el mercado de futuros. Los especuladores jugaban a predecir la evolución de los precios y a sacar enorme partido de ello. Las barriadas del Zuyder Zee veían la aparición súbita de una casta de millonarios como no se habían conocido hasta entonces en Europa.
Dos años después, la burbuja se pinchó. Y el castillo de naipes se desmoronó. Las vacas flacas económicas llegaron para toda Europa. Fue como un seismo que recorrió el continente durante años, a partir del epicentro situado en Amsterdam. Y los muchos especuladores que quedaron “enganchados”, como siempre ocurre, buscaron ayuda en el gobierno holandés, que se vio obligado a decretar una especie de amnistía para quienes se habían endeudado hasta las cejas especulando con los bulbos.
La economía es seguramente algo demasiado serio para dejarlo en manos de los economistas. Especialmente en manos de todos esos monetaristas y demás adoradores del dios mercado que han impuesto tiránicamente sus modelos en los últimos tiempos. Quizás esta crisis les jubile para siempre. Y quizás les venga a sustituir una nueva generación de economistas emocionales, más humildes, y a la vez más dotados para entender la complejidad de los comportamientos en los mercados. Y a aprender mejor de la Historia.