Joludi Blog

Mar 3
Lo Sublime y lo Ordinario.
He llegado a la conclusión de que la nueva cocina es un engaño. He tenido una primera revelación de esta gran verdad mientras me comía ayer unos fastuosos tomates con bonito en el Rincón Huertano de Beniaján. Luego me...

Lo Sublime y lo Ordinario.

He llegado a la conclusión de que la nueva cocina es un engaño. He tenido una primera revelación de esta gran verdad mientras me comía ayer unos fastuosos tomates con bonito en el Rincón Huertano de Beniaján. Luego me reafirmé en mi visión con el pisto, el zarangollo y el arroz con verduras de la huerta. Todo eso, en un día primaveral, rodeado de limoneros y naranjos, fue lo que me hizo ver la auténticas limitaciones de las presuntas delicias que solo quince días atrás me ofreció el astuto Martín en Lasarte (ya se sabe, anguila ahumada con manzana verde, ostra con pepino y coco, foie con cuajada de rábanos y cosas así). Me desperté de mi sueño metafísico-culinario con los aromas de la huerta murciana.

Lo que se come en Beniaján son, ciertamente, platos ordinarios, tan ordinarios como la tortilla española, las patatas a la riojana, las gambas a la plancha, el lacón con grelos… Pero ordinario, en todos estos casos, significa habitual, no vulgar o de bajo nivel. Ojo al matiz.

Todos esos platos no son ordinarios por ser mediocres, sino que son ordinarios por ser sublimes, ya que se han autoseleccionado a lo largo de los siglos por su absoluta perfección. No se puede superar una paella. No se puede superar un buen gazpacho. No se puede superar un buen suquet.

Seguí pensando en lo sublime y en lo ordinario, mientras me daba una larga caminata hasta Torreagüera, agasajado por el suave sol de marzo, para allegarme allí donde nació uno de los hombres menos ordinarios y más sublimes de nuestro siglo XIX, el verdadero Garibaldi huertano, el infatigable Antonete Galvez, que se rebeló una y otra vez contra la reacción monárquica y  fue protagonista indiscutible de nuestra revolución de 1868 y de la espléndida Constitución del año siguiente. 

Antonete, hijo predilecto de estas tierras, era realmente una gran tipo, autodidacta, generoso, valiente hasta la locura…incluso Cánovas, en el otro lado del espectro ideológico, lo admiraba y lo apreciaba. 

Años después de la “Gloriosa”, cuando el gobierno de Madrid insistió en hacer levas una vez más para llevar a la juventud huertana a la muerte en Marruecos y Filipinas, se encontró enfrente con un tipo sublime, que dijo bien alto “basta”. Y al grito de “Pa Bajo las Quintas, Viva la Federal”,  movilizó multitudes y se acantonó con fiereza y éxito durante mucho más tiempo del que nadie imaginaba…

Mientras visito respetuosamente el lugar donde reposan los restos de Galvez, en un singular cementerio de monte, donde no hay tumbas sino solo panteones sencillos de la gente ordinaria del pueblo, todos de ladrillo y cerramientos de aluminio, con su llave y su puertecita de cristal, pienso en lo mucho que nos hacen falta hombres como Antonete. 

Hombres ordinarios y sublimes a la vez. Ordinarios y sublimes como el zarangollo, como el caldero de la Ribera.

Por poner solo un par de ejemplos.


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