Joludi Blog

Mar 28
El lado amargo del chocolate
Mercedes me dijo que tenía dos grandes frustraciones. Una, no haber conocido en vida a Freddy Mercury. Otra, no haber visitado una fábrica de chocolate. La primera de esas frustraciones tiene difícil solución (aunque...

El lado amargo del chocolate

Mercedes me dijo  que tenía dos grandes frustraciones. Una, no haber conocido en vida a Freddy Mercury. Otra, no haber visitado una fábrica de chocolate. La primera de esas frustraciones tiene difícil solución (aunque mañana iremos a Montreux, donde pasó sus últimos días el llorado Farrouk Bulsara, a fin de evocar un poco la añorada figura y la música irrepetible del parsi dentón y genial). Pero la otra frustración se soluciona fácilmente.  Así que esta mañana, aprovechando que nevaba mucho en todo el valle del Saanenland, y no había manera de esquiar, hemos ido a visitar una de las más fascinantes fábricas de chocolate del mundo, la factoría Cailler, en Broc.

Ha merecido la pena, claro está. Se diría que toda la fábrica está orientada, más bien que a producir exquisito chocolate, a deleitar y seducir al visitante, lo cual es propio de la naturaleza misma del producto que allí se fabrica: deleitar, seducir

De todos modos, no he podido resistir la tentación, mientras veíamos fluir la colada de cobertura, de contarle  a Mercedes que existe también una cara amarga del delicioso chocolate suizo. Le he explicado que pocas cosas como la industria chocolatera ejemplifican mejor la explotación del hombre por el hombre, la injusticia de un sistema económico y la opresión sobre los países y los pueblos del tercer mundo.

Beber chocolate se convirtió en moda en Europa, allá por el siglo XVIII, cuando florecía el negocio del cacao en las misiones jesuíticas centroamericanas (los jesuitas adoraban el chocolate, mientras que los dominicanos lo consideraban obra del diablo; fue una disputa atroz hasta que Pio V medió en el conflicto aprobando el consumo de la bebida). Esas plantaciones de cacao del XVIII preconfiguraron perfectamente lo que luego sería el inmenso negocio de trabajo esclavo en las plantaciones  de azúcar, tabaco y algodón del Nuevo Continente durante el siglo siguiente.

La ventaja económica del cacao, para los propietarios de aquellas plantaciones, era lo muy laborioso que resultaba cosecharlo y prepararlo para la exportación. Esto permitía sacar pleno partido del trabajo de los niños y mujeres, incluso de mujeres embarazadas. Todas las manos eran útiles para el negocio. Y todas eran esclavas. Es decir, el chocolate nació, y en buena medida se desarrolló, como un producto creado con el esfuerzo de los pobres, para deleitar los paladares de los ricos. Hoy sigue siendo así en buena medida, aunque, al menos nominalmente, el trabajo esclavo sea cosa del pasado (esta mañana he leído que andan acusando a Zara precisamente de aprovechar condiciones laborales que virtualmente se corresponden con la esclavitud).

El 70% del cacao mundial se produce actualmente en uno de los países más pobres del mundo, Costa de Marfil. Menos de un 5% del valor de cada cosecha se queda en origen. No hablemos ya del porcentaje del valor del producto terminado. Yo compré ayer, en Interlaken, un pequeño ballotin de 350 gramos de praliné, por el sorprendente precio de 40 euros. De esa suma, ni siquiera el 0,5% se correspondía con la materia prima trabajosamente obtenida por los operarios de la plantación de  Africa Ecuatorial. En este sentido, precisamente, la industria chocolatera ejemplifica también la capacidad del sistema para crear plusvalías crecientes gracias al control de los medios de producción.

Fabricar chocolate de calidad no es fácil y exige enormes inversiones. La historia de la industria nace con Van Houten y Lehmann y sus avanzadas prensas hidráulicas a mediados del XIX. Eran ingenios capaces de extraer la grasa del cacao para convertirlo en polvo fácil de usar como bebida. Esas prensas viajaron hasta la exposición de Chicago, a las puertas del siglo XX, donde fueron adquiridas por otros emprendedores anglosajones como Cadbury y Fry. A su vez, los suizos Cailler y Suchard, perfeccionaron aún más la técnica de prensado de Houten y combinaron el resultado con la leche condensada, recién inventada por el fundador de lo que luego sería Nestlé. Un tal Lindt, por su parte, descubrió y patentó un sistema para obtener una cobertura aún más untuosa y delicada.  Y así sucesivamente.

El hecho es que todos esos nombres, Van Houten, Cadbury, Fry, Cailler, Suchard, Nestlé, Lindt…siguen siendo ahora los que dominan el panorama de la industria chocolatera internacional. Muchos de ellos están agrupados actualmente en enormes corporaciones como la propia Cadbury, Kraft o por supuesto Nestlé, que, con base en la pequeña aldea de Vevey, a las orillas del Leman, factura más que todo el PNB suizo.

En suma, hablar de industria chocolatera es hablar de trabajo esclavo o semi-esclavo, de explotación indiscriminada de los recursos del tercer mundo, de castas y monopolios empresariales que subsisten siglo tras siglo, de barreras tecnológicas a la competencia, de concentración industrial exacerbada…

De todas estas cosas le hablaba esta mañana a Mercedes, mientras nos hacían la visita guiada por la Cailler de Broc. Pero tengo la impresión de que en este caso, mi hija prestaba mucha más atención al chocolate que gentilmente nos ofrecían, que a mi perorata indignada sobre el lado amargo y negro del chocolate. Y, francamente, hasta cierto punto, esta vez la comprendo.