Joludi Blog

Ago 30
Sabios bajitos.
Terminamos la comida del domingo con unos albaricoques maduros. Ya se está acabando su temporada, que empezó a finales de Mayo, un poco antes que la de los melocotones. Se lo hago notar a mi hija, para que disfrute más de ese regalo...

Sabios bajitos.

Terminamos la comida del domingo con unos albaricoques maduros. Ya se está acabando su temporada, que empezó a finales de Mayo, un poco antes que la de los melocotones. Se lo hago notar a mi hija, para que disfrute más de ese regalo de la naturaleza. Me pregunta Marta, mientras muerde uno de ellos, de dónde viene la palabra “albaricoque”. Le contesto que sin duda del árabe. Al fin y al cabo, le digo, ya sabemos que fue la cultura árabe la que llenó los valles de Al Andalús de los frutales que producen esta delicia. Es cierto, decimos “albaricoque” porque en árabe se le llama a la fruta “al barkuk”.

Pero ¿por qué en árabe se le llama así al albaricoque?, insiste mi hija con el albaricoque medio comido. Pues porque los griegos la llamaban “bericocón”. ¿Y por qué los griegos la llamaban bericocón?, reitera Marta, ya más bien para fastidiarme. Pues porque los romanos la llamaban “praecoquum”. ¿Y por qué los romanos la llamaban “praecoquum”, prosigue ella ya aguantándose la risa mientras saborea el último bocado de la fruta, sosteniendo el hueso en la mano. Pues porque para los romanos, contesto pacientemente, el albaricoque era un persicum praecoquum, es decir, una variedad especial de “fruta persa” o “melocotón” que maduraba (cocía) un mes antes que lo habitual: un melocotón precoz, eso era el albaricoque para los romanos. Y de precoquum hasta albaricoque, pasando por “barkuk”.

Y dicho esto, con la satisfacción del deber cumplido me apresuro a irme a dormir la siesta del sábado, rito ineludible, antes de que mi hija me pregunte cualquier otra cosa y compruebe que no tengo respuestas para todo, cosa que últimamente ya empieza a sospechar.

Cuando yo era muy niño, también me encantaba fastidiar un poco a los adultos haciendo preguntas encadenadas. Los mayores se reían y acababan llamándome “preguntón”.

Pero preguntarse el por qué de cada respuesta es justamente la sabiduría. El mundo necesita que seamos fanáticamente “preguntones”.

En ese sentido es en el que los niños son realmente sabios bajitos.