Joludi Blog

Abr 28
La improvisación divina.
El malo de la nueva película de Iron Man es “el Mandarín”. Hacía tiempo que no ocurría esto. Otrora, los mandarines eran los malvados por antonomasia, como en Fumanchú; últimamente, no.
Quizá este retorno del hipervillano de...

La improvisación divina.

El malo de la nueva película de Iron Man es “el Mandarín”. Hacía tiempo que no ocurría esto. Otrora, los mandarines eran los malvados por antonomasia, como en Fumanchú; últimamente, no. 

Quizá este retorno del hipervillano de ojos rasgados resulte algo esperable en estos tiempos en los que miramos a China con casi el mismo temor que los europeos miraban a los mongoles del siglo XIII (y no es casualidad que, según el comic de Marvel, el Mandarín sea precisamente un genio de la tecnología usada como arma hegemónica, que además desciende directamente de Gengis Khan…).

El imaginario colectivo de Occidente siempre pensó, aunque olvidó durante un tiempo, que un malo chino, era doblemente malo. El fabuloso Eça de Queiroz, en su relato El Mandarín, expone el vertiginoso dilema de alguien a quien se le ofrece la posibilidad de enriquecerse a cambio de decidir, de forma anónima e impune, tan solo haciendo sonar una pequeña campanilla,la muerte de un viejo hombre en un lugar remoto. Queiroz presenta a ese hombre que va morir, inmensamente rico y seguramente perverso, como un mandarín, para hacer así aún más endiablado ese dilema moral que atormentó a Maritain y que se ha convertido en un topos universal. 

Un topos que está más de actualidad que nunca, por cierto, por el asunto de los drones. Apretar un botón (la campanilla de Eça) en una base militar de California reduce a cenizas, minutos después, una aldea afgana. Pero quien aprieta el botón no siente responsabilidad por lo que hace. No hay contacto físico, no hay sensación presencial. Es un simple botón más, como los mil y un botones que pulsamos cada día. Los neurocientíficos tienen bien estudiado esta enigmática disolución de la culpa cuando la tecnología nos envuelve con su fría capa protectora y convierte el mal en una abstracción irrelevante. He ahí un notable peligro para nuestro género.

El maravilloso cuentecito de Eça Queiroz termina con el arrepentimiento del hombre enriquecido que ha asesinado, en remoto, como quien lanza un drone, al mandarín.

“Me siento morir. Tengo hecho mi testamento. En él dejo mis millones al Demonio, le pertenece; que los reclame él, que él los reparta…Y a vosotros hombres, os lego, sin mas comentarios, estas palabras: “Sólo tiene buen sabor el pan que cada día ganan nuestras manos. ¡No matéis nunca al Mandarín!.

Aunque, todavía al expirar, es para mí un consuelo prodigioso esta idea: que de norte a sur, de oeste a oriente, desde la Gran Muralla de la Tartaria hasta las olas del Mar Amarillo, en todo el vasto imperio de China, ningún mandarín seguiría con vida, si tú pudieses suprimirlo y heredar sus millones tan fácilmente como yo; ¡tú, lector!, criatura producida por la improvisación divina, obra de mala arcilla, mi semejante y mi hermano.”


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