
Sobre el valor anestésico del arte.
Todo el mundo habla de la última investigación de Marina de Tommaso. Sus resultados sugieren que la belleza artística alivia el dolor en los que la perciben. Los pinchazos en la mano por lo visto duelen menos si estás sintiendo una emoción estética intensa. Un 30% menos.
Podría ser. Pero, en realidad, el estudio de Tommaso, de la Unidad de Neurofisiopatología del Dolor de la Universidad de Bari, es más que discutible desde su propio planteamiento. Los experimentadores solicitan previamente a los voluntarios que clasifiquen las obras artísticas en dos categorías: bellas y feas. Luego aplican electrodos. Miden la sensación de dolor. Y entonces obtienen conclusiones.
Los cuadros de Botero salen muy mal parados en el estudio. Porque la mayoría de los voluntarios los califican de muy “feos”. Y cuando los miran, el pinchazo hace más pupa, por lo visto.
Botticelli y Leonardo, en cambio, son puro ibuprofeno en pintura. Hay mucho consenso en cuanto a la capacidad anestésica de estos italianos geniales.
Pues no. No parece que el estudio de la Universidad de Bari haya desvelado el eterno misterio del arte y la belleza. Shakespeare seguirá siendo Shakespeare aunque la resonancia magnética diga que los pinchazos nos duelen más mientras leemos las terribles páginas de Macbeth que si hojeamos el Hola.
El estudio de Marina de Tommaso solo parece demostrar una cosa, a saber, que hay gente a la que le gusta la obra de Botero y gente a la que no le gusta nada en absoluto.
Pero eso no es un ningún descubrimiento. Es simplemente una pieza más del infinito puzzle del arte y la belleza. Un puzzle que por el momento, la Humanidad no ha sabido resolver. Ni siquiera con ayuda de la neurociencia y la resonancia magnética.