
Strictu Sensu.
Mi añorado profesor de Literatura, Don Augusto Barinaga, nos decía que, sensu strictu, los sinónimos no existen. Un can no es lo mismo que un perro, nos pongamos como nos pongamos. Del mismo, modo, strictu sensu, toda traducción es metafísicamente imposible. Las obras de Shakespeare son tres veces más largas en ruso, como nos recuerda Shlovsky. Y no existe nadie que haya podido traducir, strictu sensu, la Commedia de Dante. Tampoco nadie puede vanagloriarse de haber traducido el poema “The Raven” de Poe ya que su autor nos aclara que escogió la palabra “raven” (cuervo) justo porque sonaba muy bien junto al nombre de la diosa Palas Atenea (“and the Raven…sitting on the pallid bust of Pallas”). Para colmo, los ingleses usan “raven” y “crow” para diferenciar dos variedades de lo que nosotros llamamos sin más, “cuervo”.
Así que, strictu sensu, ya me dirás…