
Dilución.
Imaginemos que tenemos dos cajas con bolas. En una caja tenemos cierto número de bolas rojas. En otra tenemos mil millones de bolas blancas.
Ahora supongamos que volcamos 256 bolas rojas en la caja grande de bolas blancas. Y las distribuimos perfectamente. Hecho esto, separamos en dos partes la caja grande. Ya solo deberíamos tener en cada parte unas 128 bolas rojas. Luego volvemos a hacer una nueva separación por la mitad, y luego otra, y otra. Llamemos a este proceso “dilución”. Si repetimos este proceso nueve veces, es seguro que nos quedamos sin bolas rojas en la caja de bolas blancas. Es fácil hacer las cuentas: 4 bolas rojas nos darán para dos diluciones como máximo antes de que todas sean blancas; 8 bolas rojas nos permitirán tres diluciones; 16 bolas rojas nos permitirán cuatro diluciones…En general, necesitaremos 2 elevado a n bolas rojas para poder hacer n separaciones sin que nos quedemos con una caja completamente blanca. Dicho de otro modo, si hacemos por ejemplo 40 diluciones en la caja grande, más nos vale que hayamos añadido 2 elevado a 40 bolas blancas pues de lo contrario, el proceso de dilución sucesiva nos dejará normalmente sin ninguna bola blanca.
Ahora bien, 2 elevado a 40 es algo más de un billón. Así que si hacemos 40 diluciones, o bien teníamos en la caja de bolas blancas más de un billón de unidades, o bien estaremos seguros de que no queda ni una sola bola blanca en la caja roja, al término del proceso.
Este es el problema de la homeopatía. Los preparados homeopáticos se obtienen mediante diluciones sucesivas en agua de diferentes principios activos. Y si se hacen bien las cuentas, y teniendo en cuenta lo que nos indican los físicos y los químicos, el número de moléculas de dichos principios activos que quedan en el agua una vez se han hecho todas las diluciones, es estadísticamente nulo, aún teniendo en cuenta los muchos miles de millones de moléculas que podríamos tener inicialmente en el recipiente con el principio activo.
Por eso la homeopatía es un completo misterio. Si tiene eficacia uno de esos preparados en los que el folleto indica que se han hecho un montón de diluciones sucesivas, ha de ser por algún mecanismo aún no bien conocido. Hay gente que habla de una especie de “memoria” del agua. Como si el agua guardase el recuerdo de las moléculas que pasaron por ella, antes de que las diluciones sucesivas las hagan desaparecer. Pero esto, hoy por hoy, no es mucho más que fantasía. Lo cual no quiere decir que la homeopatía no le “funcione” a ciertas personas. Simplemente no sabemos por qué ocurre eso.
Este análisis es también el que ayuda a comprender lo absurdo que es todo eso rollo del Santo Grial, el Código da Vinci y la presunta perpetuación de la sangre de Jesús en sus descendientes. Parece mentira que haya causado tanto revuelo. Después de 80 generaciones, es extremadamente improbable que los supuestos descendientes teóricos de Jesucristo en línea directa tengan apenas nada de su ilustre antepasado. Esto es aplicable para todos aquellos que se sienten descendientes de “la pata del Cid” como suele decirse. El otro día conocí a una persona apellidada Balbis que proclamaba ser descendiente de la madre del emperador Octavio Augusto, la gran matrona Atia Balba, que Suetonio pintaba como dechado de virtudes romanas. Eso es totalmente creíble. Todos los Balbis o Balbi vienen de una familia genovesa que a su vez hunde sus raíces en esa famosa familia patricia romana. Muy bien. Plenamente de acuerdo. Pero desde el punta de vista biológico, eso es ya completamente irrelevante. Lo siento mucho.
Por contra, el fenómeno de la dilución también produce otro resultado paradójico, pero esta vez de sentido inverso. Cada vez que cualquiera de nosotros respiramos, es prácticamente seguro desde el punto de vista matemático, que esté entrando en nuestros pulmones al menos una de las moléculas que por ejemplo respiró Julio Cesar hace más de 2000 años.