Ruido y Señal.
Imagina que consultas una vez al año las cotizaciones de Bolsa. Y vas viendo como evoluciona el valor. El dato que obtienes cada año tendrá un componente de verdadero avance fundamental (o retroceso) y otro de puro azar circunstancial (hemos mirado el valor en un buen (o mal) momento del año. Podemos suponer que el 95% de la información que recibimos en cada una de esas consultas anuales es avance o retroceso fiable (valor señal), y el 5% es mero azar circunstancial (valor ruido).
Ahora supongamos que miramos la cotización no una vez al año, sino una vez al día. Es evidente que, al no contar con el efecto neutralizador (ley de grandes números) de la consulta anual, en la consulta diaria la parte de señal desciende dramáticamente y crece muchísimo la de ruido. Posiblemente estemos ahora al revés: el dato que tomamos a diario es en un 95% puro ruido y solo en un 5% señal.
Pero si además, nos empeñamos en consultar la bolsa cada hora, como lo hacen los profesionales y los aficionados a la especulación bursátil, entonces el 99% será ruido, y solo el 1% señal. Te volverás loco, no encontrarás tendencias fiables y comenzarás a especular con pautas esotéricas como esas mandangas de las ondas de Elliott, los suelos y los techos y similares tonterías del enfoque analítico del juego en Bolsa.
Teniendo en cuenta esto, dejando al lado los mercados de valores, y sabiendo hasta qué punto las tecnologías de la información nos proporcionan información no ya en una hora, sino en tiempo rabiosamente real, podemos entender que vivimos en un océano de ruido (y furia) narrado, en la mayoría de los casos, por un puñado de incompetentes.
Y que si aceptamos este estado de cosas, nos condenamos, inexorablemente, a la imbecilidad. Imbecilidad por exceso de información.
