Joludi Blog

Sep 28
Europa no es plana.
La tragedia histórica de Europa han sido los localismos brutales, el desvarío de las limpiezas étnicas, el odio y el miedo patológicos al extranjero, el parroquialismo, el chauvinismo…
Frente a este panorama histórico de los...

Europa no es plana.

La tragedia histórica de Europa han sido los localismos brutales, el desvarío de las limpiezas étnicas, el odio y el miedo patológicos al extranjero, el parroquialismo, el chauvinismo…
Frente a este panorama histórico de los europeos, uno mira a Estados Unidos y da gusto. Perfecta uniformidad, todo como una balsa. Estás en Carolina del Norte y es como si estuvieses en Oregon. Tanto da Maine como Georgia. New Hampshire como Illinois. La gente piensa igual.  Habla igual. Come igual. Vive igual. Muere igual.
Pues yo pienso que el hecho de que Europa sea un mosaico infinito y en ocasiones también una olla hirviente tiene una doble mirada. Por un lado, es algo que ha cubierto de sangre y llanto nuestra historia. Por otro lado, es justamente la clave para entender el valor y la singularidad de lo europeo.
En este mundo, cada vez más plano y global, del que tan elocuentemente nos habla Thomas Friedman, la suprema peculiaridad europea parece ser negarse con obstinación a la uniformidad. Es verdad que los incontables conflictos linguísticos llegan a veces a martirizarnos socialmente. Y es cierto que para los que no nos beneficiamos directamente del revivir de esas lenguas locales, las querellas de los idioma tienden a parecer como superfluas, incómodas o inoportunas. Pero uno debe repetirse a sí mismo que ese empuje por mantener con vida a las viejas palabras es el reflejo de nuestra riqueza como europeos. Toda lengua, por pequeña que sea es un inmenso tesoro de pasado y de futuro.
Como usuario del castellano, puede que a mí no me haga sonreir el leve retroceso que puede estar sufriendo mi lengua materna en algunas instancias. Pero eso es virtualmente irrelevante para mi patrimonio como usuario de la tercera o segunda lengua del planeta. Las pérdidas para el potencial de mi castellano que al cabo de los años pudieran producirse en Galicia, País Vasco o Cataluña, como consecuencia de medidas administrativas o legales más o menos prudentes, se compensan sobradamente en el curso de solo una semana en Ciudad de Mexico o en Chicago como resultado de procesos estrictamente naturales.
A cambio de un cierto caos lingúistico, perfectamente tolerable, dejemos que el esfuerzo de los europeos por recuperar y mantener las viejas lenguas sea también parte del esfuerzo por mantener vivo lo mejor de nuestra esencia histórica. Que se siga luchando por mantener vivas las viejas palabras europeas si eso es también luchar por mantener viva nuestra singularidad y, a la larga, nuestro futuro.
Puede que me moleste que a veces levanten ante mí barreras de palabras que no conozco todavía. Pero eso no es nada en comparación al orgullo de vivir en un continente que aún se sigue negando a ser plano.