
El Pacharán de Mis Ojos.
Mira fijamente el ojo de alguien desde cierta distancia. Seguro que verás allí una minúscula figura humana. Eres tú mismo, claro, pero esa figura es tan pequeña que no te reconocerás. Solo verás una especie de homúnculo que parece prisionero en el centro del iris. Los romanos denominaban a esa figura como “la muñequita” del ojo, esto es la “pupilla”. Los griegos la llamaban “koré”, que también significa muñeca. Como en sánscrito o indio.
Quizá nuestros antepasados pensaban que esa “muñequita” era lo más importante de nuestro órgano visual. Tal vez su fantasía les hacía pensar que ahí radicaba el mágico poder de la vista. Por eso es lógico que para subrayar la importancia de algo, dijesen que era “como la pupila de mis ojos”. Con ello, se refuerza la idea de la importancia de algo. No solo es tan importante como mis ojos, que ya es decir, sino tan importante como la pupila de mis ojos…Y esto ya es el colmo de la importancia.
Usar los ojos como metáfora para expresar el valor de algo es tan antiguo como la Humanidad. Quizá no solo por su importancia relativa en nuestra vida, sino también porque un daño grave en los ojos, un accidente que los afecte, tiene arreglo más difícil que cualquier otra lesión.
Un ejemplo de este uso de la metáfora de la pupila ya lo encontramos en la Biblia. En el Deuteronomio 32, 10 se nos dice que Dios protegía a Jacob en todo momento: “lo cuidaba como al pequeño hombre de sus ojos”. Luego, en los Salmos (17,8), leemos cómo se pide a Dios esa misma protección “¡cuídame cómo si yo fuera el pequeño hombre de tu ojo!”, suplica el salmista (‘iyshown 'ayin=hombrecito).
Los italianos tienen una expresión idéntica. Cuando aprecian una cosa o persona suelen decir “mi è cara come una pupilla dei miei occhi”. También utilizan la hermosa expresión “la luce dei miei occhi”, quizá porque el punto del iris de donde parece venir el brillo de los ojos es justamente la pupila. En catalán, lo mismo. En un maravilloso poema de Clara Comas se lee esto tan bonito: “Margarita, nineta dels meus ulls, un a un se me desprenen els teus pètals, i sí i no, i sí i no…”
En cambio los ingleses son menos líricos. Nada de niña de mis ojos. Prefieren decir en general “la manzana de mis ojos” para referirse a la pupila. No entiendo muy bien cómo diablos atisban a ver una prosaica manzana en el iris. De todas formas, siempre está ahí Shakespeare para extraer belleza de ese lenguaje de tenderos: “hit by Cupid’s archery, sink in apple of his eye…”, o sea, “húndete como una flecha de Cupido en la manzana de sus ojos…” dice Oberon en el Sueño de una Noche de Verano.
Y en fin, los franceses en ésto me decepcionan. Se alejan aquí de su raíces provenzales y se asimilan más a los anglos. Hablan de la “endrina de mis ojos”, la “prunelle de mes yeux”, lo cual me parece horroroso y de un vulgar insufrible. No me extraña que la película de Trueba se tradujese al francés como “La niña de mis ojos” y no “La niña de mi endrina”… La expresión francesa suena como si para encomiar lo mucho que queremos a alguien dijésemos en castellano, “¡oh, eres como el pacharán de mis ojos!”