Joludi Blog

Jun 16
Ares y Afrodita.
Se celebra estos días de Junio el bicentenario de la Batalla de Vitoria. Una batalla que marcó el definitivo ocaso de Napoleón y de ese nuevo mundo que el corso había creado de la nada en solo un par de décadas.
Fue un acontecimiento...

Ares y Afrodita.

Se celebra estos días de Junio el bicentenario de la Batalla de Vitoria. Una batalla que marcó el definitivo ocaso de Napoleón y de ese nuevo mundo que el corso había creado de la nada en solo un par de décadas. 

Fue un acontecimiento fascinante desde muchos puntos de vista.

En mi querida llanada alavesa, desde Salvatierra a Subijana, durante dos o tres días, se libró una especie de guerra mundial en miniatura, con participación de tropas inglesas, portuguesas (la mayoría del bando vencedor, no menos de 25.000 hombres al mando de Silveira), españolas (en los dos bandos), alemanas (en los dos bandos) y polacas…Fue también una de las primeras grandes batallas de la historia militar moderna en la que la velocidad de movimientos de los contingentes demostró tener mucha más importancia que la mera superioridad numérica; una lección que tardaría más de un siglo en aprenderse de verdad. Y que fue aprendida, por desgracia, por los alemanes de la Wehrmacht, precisamente. Y fue una batalla que hizo de Vitoria un lugar universal (aunque con la fastidiosa grafía de Vittoria), gracias entre otras cosas a Beethoven y su célebre composición en homenaje a ese choque militar que cambió el destino del mundo.

Pero a mí todo esto no me importa demasiado. A mí lo que me interesa de la Batalla de Vitoria es que fue un ejemplo perfecto del fatal entrecruzamiento del amor y la guerra; algo que es una constante en la historia de la Humanidad.

Me estoy refiriendo principalmente al General Alava, mano derecha de Wellington en la batalla (el único militar, que yo sepa, que combatió en Trafalgar, Vitoria y Waterloo), y al malogrado rey Joseph (sin duda el más digno y bienpensante monarca español en siglos, junto con Carlos III; qué curioso que ambos fuesen los únicos reyes que llegaron al trono con cierta experiencia, después de haber sido los dos previamente reyes de Nápoles…).

El vitoriano Ricardo Alava, gran estratega-políglota, buen matemático y buen humanista, justo lo contrario que la mayoría de los militares de su época-era un perfecto conocedor de aquel terreno y eso fue clave en el éxito aliado. Además, lo que es aún más importante, Alava fue también clave en la salvaguarda de Vitoria frente al riesgo obvio de brutal saqueo militar. Gracias a él, Vitoria no se convirtió en un erial al paso de las fuerzas vencedoras, como había ocurrido en otras localidades españolas (recordemos que la Guerra de la Independencia fue mucho más dañina y destructiva que la Guerra Civil del 36, y en ese daño y destrucción, no solo físico sino también moral, radica buena parte de lo que le sucedió a España durante el siglo XIX y principios del XX).

¿Cómo y por qué salvó el General Alava a Vitoria del saqueo?

El cómo es sencillo. Cuando ya la victoria en la Llanada era cosa hecha, pero aún Vitoria no había podido ser expugnada, Alava solicitó y obtuvo fuerzas especiales de Wellington para hacer una incursión en la ciudad y ocuparla ordenamente, cosa que consiguió.

El por qué lo hizo tiene una explicación más interesante: el amor.

El General Alava había dejado en Vitoria a su amada, Loreto de Arriola, cuando estaba a punto de casarse. Y ella le seguía esperando en la ciudad. El General quería evitar a toda costa que sufriese algún daño como consecuencia del desenfreno de los 80.000 soldados aliados. Y se las arregló, ciertamente para evitarlo. 

Así que el amor se entrelaza con la guerra en la figura del General Alava. Y lo mismo ocurre con el rey Joseph. Ocurre que también este hermano inteligente y humanista de Napoleón estaba enamorado de otra vitoriana (de adopción, como yo, porque había nacido en Tolosa). Concretamente, el monarca bebía los vientos por Pilar Acedo, Condesa del Vado, con quien mantenía una ya larga y tórrida relación que los espías de Napoleón habían denunciado repetidamente, y que enfurecía al Emperador (A Napoleón le había escandalizado que hubiesen viajado juntos a Italia en 1811 con motivo de la coronación del hijo de Napoleón). Esta una relación perfectamente consentida por el esposo de Pilar, el Marqués de Montehermoso, que a cambio obtuvo la dignidad de Grande de España y además dió el pelotazo de vender a Joseph su palacio por 300.000 francos de la época…Un meublé verdaderamente caro, pues como gritaba enfurecido Napoleón, el chamizo que había comprado su apasionado hermano no valía ese dinero ni con la marquesa consorte dentro…

Y ocurre que en las vísperas de la batalla de Vitoria, tal vez un día como hoy, 16 de Junio, pero de 1813, la mencionada Pilar acudió presurosamente a la capital alavesa para reunirse con su amado Joseph. Y una vez juntos, ambos permanecieron encerrados en el palacete adquirido por Joseph, allá arriba, en lo más recoleto de la ciudad vieja, durante 48 horas seguidas…

Ese ocio capuano de Joseph fue fatal para el destino del imperio napoleónico. Sobre todo porque simultáneamente, Jourdan, el mariscal francés al mando, también estaba encamado, pero por razones mucho mas prosaicas, pues adolecía de disentería y fiebres altas. No se tomaron entonces las decisiones oportunas para la defensa o el reencuentro tras el Ebro con otras fuerzas amigas, tal como exigía Napoleón. Y cuando las tropas de Wellington, Alava y Silveira se lanzaron a cruzar los puentes del Zadorra, la derrota de los franceses ya era inevitable.

Amor y guerra pues, entrelazados de forma fascinante en los campos alaveses, con la música de Beethoven como banda sonora. Pero es que el amor y la guerra suelen ir juntos siempre. Y de muchas maneras. Esto ya lo vieron los griegos hace muchos siglos. Por eso, en sus mitos, hicieron a Afrodita, la más bella de las diosas, amante de Ares, el apuesto y vigoroso dios de la Guerra. No podía ser de otro modo.


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