Joludi Blog

Jun 30
Héroes
Cuando ella era niña, por nuestro apellido, mi hija mayor me preguntaba si acaso descendíamos del Cid Campeador. Creo que en alguna ocasión le expliqué, riéndome, que unas sencillas operaciones matemáticas nos demuestran que después de casi 10...

Héroes

Cuando ella era niña, por nuestro apellido, mi hija mayor me preguntaba si acaso descendíamos del Cid Campeador. Creo que en alguna ocasión le expliqué, riéndome, que unas sencillas operaciones matemáticas nos demuestran que después de casi 10 siglos, para un español, la posibilidad de no tener algo de sangre de una persona elegida al azar en el siglo XI o XII es infinitesimal, despreciable. Todos somos pues hijos del Cid, en la misma medida que todos somos hijos de cada uno de los ancestros que poblaban estas tierras por aquellos tiempos, ya fuesen héroes o villanos, caudillos o asesinos. Cierto es que algunos se sienten o quieren sentirse más hijos del Cid que otros. Este el caso, por ejemplo, del hombre que fue propietario conspicuo del castillo en el que he pasado este fin de semana, la fortaleza de Sigüenza, hoy convertida en fascinante Parador. Me refiero al Cardenal Mendoza, el dueño de Castilla durante la última parte del siglo XV. Este eclesiástico riquísimo y poderosísimo no dejó de tener un hijo tras otro, y lo que es más increible, se las arregló para legitimarlos a todos, pese a ser hijos bastardos de un purpurado y haciendo uso de su muy buena mano en Roma. A uno de ellos, habido con su barragana Mencía, le dio hasta un nombre inequívocamente aristócrata: Rodrigo Díaz de Vivar y consiguió de los Reyes para él, el título de Conde del Cid. 

Para forjar esa invención, el gran Cardenal se basó en el hecho de que los Mendoza, esos infanzones vitorianos (¡ay, cuántas veces he jugado de niño en aquel Torreón de la Llanada!) premiados con inmensas tierras alcarrianas por su apoyo militar al rey Alfonso VIII en las Navas, se declaraban descendientes de los reyes de Navarra. Y ocurre que la tradición señala a Cristina Rodríguez, una de las hijas del Campeador, como madre de García Ramírez, el Restaurador, que recuperó el trono de Pamplona a la muerte de Alfonso I de Aragón y que además fue abuelo del propio Alfonso VIII…

Con esa base, ni corto ni perezoso, el Cardenal se inventó un estupendo linaje para su hijo ilegítimo.

El Cardenal Mendoza, al igual que los Reyes Católicos, que en buena medida fueron creación suya, o el Cardenal Cisneros, que le sucedió en la consideración de verdadero tercer Rey de Castilla, es un buen ejemplo de las mentiras y trampas que rodean a los personajes claves de nuestra Historia. Mentiras y trampas debidamente lavadas o preteridas por una historiografía favorable siempre a los que tienen éxito, que son quienes pagana los historiadores. Si Mendoza fue un cardenal lascivo y un fabulador de linajes (además de político maquiavélico e inmoral, siempre hábil servidor de las circunstancias), su criatura política, Isabel de Castilla es bien sabido que fue usurpadora de un trono que no le pertenecía, perjura, ambiciosa sin límite ético, falsificadora de documentos oficiales (como la falsa bula papal que dispensaba su matrimonio) y muchas macanas más a cual más discutible moralmente, que no dudó en perpetrar con tal de conseguir una corona que en verdad nunca le debió pertenecer. Por su parte, su cónyuge Fernando de Aragón podría pasar a la historia como el envenenador oficial de la Historia de España. Su mano asesina en la sombra hay que verla en el envenenamiento del Maestre de Calatrava, primer “novio oficial” de Isabel, así como en el del infante Alfonso, hermano de Isabel, en el de su archienemigo político Juan Pacheco o en el envenenamiento del propio rey, el infeliz Enrique IV que igualmente murió víctima de alguna pócima Made in Fernando. Por no mencionar la muerte por envenenamiento de su yerno, Felipe el Hermoso, que también le obstaculizaba en el poder, y que casi con toda seguridad pasó a mejor vida gracias a los brebajes impartidos por los sicarios del Rey Católico…Y qué decir de Cisneros, el otro tercer rey de la época que fue, sí, el mejor gobernante de su siglo, pero que no dudó en someter a sangre y fuego a lo moriscos, quemar sus libros, forzarles a convertirse…(pero al menos Cisneros fue austero y tuvo su conversión a la humildad, cuando cambió su nombre Gonzalo por el de Francisco, en un precedente del cambio de nombre de Bergoglio, quien debió saber mucho de Cisneros durante su año en Alcalá…)

Ninguno de los héroes históricos que tenemos pasaría una sencilla prueba ética. Pienso en eso mientras miro la inmensidad del alto valle del Tajo desde lo alto del castillo segontino, apoyado en mi bicicleta y recuperando el resuello tras subir por las callejas segontinas.

Por estas tierras que se ven desde aquí, pasó a menudo nuestro héroe histórico por antonomasia, el de Vivar, en quien, si lo miramos con objetividad, solo alcanzamos a reconocer a un mercenario implacable y desleal, que se vendía al mejor postor, y que comenzó su carrera con la infamia de Golpejera (evocada por unos esforzados cantantes y actores anoche, en el salón de la fortaleza), cuando convenció a Sancho de revolverse contra su hermano Alfonso, quien en buena lid le había ganado la partida en la batalla previa y que generosamente le había perdonado la vida a él y a los suyos, para acometer por sorpresa, nocturnidad y con alevosía a las tropas leonesas, causando una carnicería que le dio el trono de Castilla y León a Sancho y obligó a Alfonso a recluirse en el exilio toledano…