Joludi Blog

Jul 15
Mont Ventoux
Poco después de que Froome lleve a cabo su etapa épica en el Tour, yo también corono, al atardecer, mi pequeño Mont Ventoux particular, un micropuerto entre dos pueblecitos de la Sierra cuyos moderados repechos están ahora al alcance de...

Mont Ventoux

Poco después de que Froome lleve a cabo su etapa épica en el Tour, yo también corono, al atardecer, mi pequeño Mont Ventoux particular, un micropuerto entre dos pueblecitos de la Sierra cuyos moderados repechos están ahora al alcance de mis piernas y pulmones, especialmente ahora que dedico ya más tiempo a la bicicleta que a la pluma. Desde arriba, mirando las crestas del Guadarrama, mientras recobro el resuello, pienso en ese ciclista heroico y enjuto, que ha llevado a cabo una nueva hazaña epocal en el monte pelado de Provenza. 

Pero me entristece la certeza de que mañana surgirán sospechas y acusaciones que pondrán en cuestión esta victoria de ese británico homérico, sucesor de aquel otro compatriota suyo que reventó en el Ventoux, pero, él sí, víctima de las anfetaminas, el calor, y el alcohol.

La verdad es que el Ventoux se presta a ser escenario de lo mejor y lo peor del ser humano. Es el ámbito físico de la epopeya, pero también del epo. 

En cierto modo allí, en esas cuestas, nació el hombre moderno, que es una criatura hecha de irresistible afán de superación y de mentira a partes iguales. Esto es así porque, como es bien sabido, Petrarca, que vivió por la zona una larga temporada, ascendió en 1336 a la cumbre, con su su hermano y un sirviente, y con las Confesiones de San Agustín bajo el brazo. Y luego, el poeta escribió una larga carta a su amigo Dionisio del Burgo del Santo Sepulcro, relatando magistralmente su ascensión, sus reflexiones en la cima y su descenso a a luz de la luna. Edward Gibbon señaló que con aquella excursión alpinista y con el fascinante relato subsiguiente, Petrarca se convirtió en el primer hombre moderno; un ser individualista, volcado hacia la Creación y  opuesto precisamente al hombre agustiniano, que prefiere pasar por alto la Naturaleza en aras de la obsesiva introspección y el rechazo del mundo externo. También pensaba lo mismo Jacob Burckhard, Blumenberg o incluso Edward Said, que contribuyeron cada uno a su modo en convertir al Petrarca del Ventoux en el pionero de la modernidad y el alpinismo, a partes iguales, una especie de anticipo de Goethe en el Brocken, haciendo gala de una autonomía personal inédita en la Antigüedad, de un sentido de la autoafirmación humanística que marca el comienzo del mundo moderno…

Lo curioso es que recientes estudios demuestran que Petrarca no subió el Ventoux. O al menos que no lo subió en la época en la que él nos dice que lo subió. Ni de lejos. No cuadran las fechas. Así que ese nacimiento del hombre moderno, ese albor del Renacimiento, quizá no sea más que una deliciosa impostura de Petrarca, quien, por otra parte, mintió en casi todas las cosas que nos dijo de su vida, como Francisco Rico, gran petrarquista, nos ha explicado con detalle. 

Pensando en estas cosas, en este extraño entrelazamiento de la vil mentira con el fenómeno humano y su grandeza, inicio el descenso hacia Los Molinos. Ya se hace tarde. Mañana, rompiendo mis propósitos, leeré los períodicos del lunes. Pasaré por alto las infames mentiras de la política y la economía, y me iré directamente a conocer los detalles de la hazaña alpina de Froome en el Ventoux, que quiero ver como cierta y admirable. Incurriré a sabiendas en el dulce error que criticaba precisamente San Agustín, en esa página que Petrarca nos dice que abrió al azar justo al llegar a la cumbre del Ventoux:

“Y los hombres se pierden para admirar las altas montañas, las enormes olas de los mares, el ancho cauce de los ríos, la magnitud del océano y la órbita de las estrellas, y por eso pasan por alto a ellos mismos…”