Joludi Blog

Oct 24
Darwin y la Crisis Económica.
Max Bazerman es una eminencia en el campo de la psicología de la negociación y la teoría de la toma de decisiones. Ha sido profesor en Cornell, en la Carnegy Mellon y, por supuesto, en la Harvard Business School.
En sus...

Darwin y la Crisis Económica.

Max Bazerman es una eminencia en el campo de la psicología de la negociación y la teoría de la toma de decisiones. Ha sido profesor en Cornell, en la Carnegy Mellon y, por supuesto, en la Harvard Business School.
En sus seminarios de Harvard, a veces comenzaba haciendo un juego interactivo con sus alumnos, todos ellos importantes directivos de grandes multinacionales.
El juego era sencillo. Bazermán subastaba un billete de 20 dólares.
La idea era que los alumnos podían pujar cuanto quisiesen. El billete se lo llevaría el que hiciese la mayor puja.
Pero, ojo, el que hubiera hecho la segunda mayor puja tendría que pagarle a Bazerman 20 dólares.
Esta eran las reglas.
Con el pistoletazo de salida, los brillantes directivos comenzaban a pujar. El primero decía “¡3 dólares!”, luego otro añadía “¡5 dólares!”…Y así iban subiendo sin cesar las pujas acercándose peligrosamente a los 20 dólares.
Naturalmente, si alguien que tenía una puja de, digamos, 15 dólares, era sobrepujado por otro que ofrecía 17 dólares, se sentía muy fastidiado. Quedaría en ridículo delante de sus compañeros por haber sido el “pringao” al que le tocaba pagarle los 20 dólares al profesor. Así que, aunque no era muy buen negocio, este candidato a pringao elevaba su puja hasta los 20 dólares. Con ello el ridículo lo haría el otro, no él. Pero entonces el otro prefiere pagar 24 dólares y perder 4 en lugar de 20. Y entonces el razona del mismo modo y…
En fin, que las pujas suben y suben hasta que uno de los dos se cansa y abandona. Demasiado tarde comprende que tanto él como su rival han caído en una ratonera. La ratonera de Bazerman. Este dice que jamás dejó de ganar dinero en estas subastas. Y que en un caso le tuvieron que pagar hasta 224 dólares.
Es absolutamente asombroso que unos altos directivos de multinacionales, en trance de enriquecer sus curriculums en la prestigiosísima Harvard, sean incapaces de comprender que van a ser burdamente atrapados en un engaño competitivo relativamente simple. Caen pastueños en una situación “lose-lose” en la que todos acabarán perdiendo. Se crea o no, un puñado de directivos del más alto nivel acaban pagando cientos de dólares por un billete de 20 dólares.  Es la memez quintaesenciada. Algo muy parecido, sin embargo, a lo que cada día estamos acostumbrados a ver en el mundo de las empresas que se compran y se venden por mucho más de lo que valen y en el jaleo de la feroz lucha competitiva por un punto más de cuota de mercado.
Bazerman es un genio al haber ideado este sencillo juego de la subasta que pone de manifiesto los riesgos a los que lleva la avidez y el sentido patológicamente competitivo que se enseña en las “business schools”.
Para Terry Burnham, que sabe muchísimo de ésto, esa avidez ciega de los humanos tiene mucha relación con las crisis económicas y los desastres financieros. Burnham sostiene que por su propia naturaleza, las decisiones financieras nos exigen una especial forma de pensar orientada a la anticipación y preparación del futuro. Sin embargo, nuestros cerebros reptiles, lo más profundo de nuestro sistema mental, están diseñados para mirar hacia atrás, no hacia delante. Por eso, nuestro cerebro reptil, dice Burnham, es el que nos hace ser demasiado optimistas cuando los mercados suben, y demasiado pesimistas cuando bajan.
Por lo tanto, son nuestras emociones más primitivas, ya sea la avaricia o el miedo, las que fundamentan nuestras decisiones económicas, no nuestro razonamiento. Esto explica en parte comportamientos competitivos absurdos como los de la Subasta de Bazerman, las fluctuaciones locas de la Bolsa o los mil y un ejemplos de la vida diaria en los que vemos cómo una empresa se daña a sí misma o a sus accionistas mediante comportamientos orientados tan solo a dañar al competidor más odiado.
Nuestros circuitos cerebrales parecen estar diseñados para meter la pata, financieramente hablando. Un tema interesante para reflexionar en el mismo día en que se cumplen 79 años exactamente de la crisis de 1929.