Joludi Blog

Jul 22
De flamencos y misas.
Viajo hasta un pueblecito de Murcia para depositar unas cenizas en una pequeña iglesia huertana y escuchar algunas palabras en recuerdo de una persona muy querida y llorada. Luego, trato de aliviar las penas con el agua y la...

De flamencos y misas.

Viajo hasta un pueblecito de Murcia para depositar unas cenizas en una pequeña iglesia huertana y escuchar algunas palabras en recuerdo de una persona muy querida y llorada. Luego, trato de aliviar las penas con el agua y la brisa marina del Cabo de Palos y con el arroz sublime del Mosqui. Bien decía Giancarlo Ravasi que la sensualidad y la gula (además de la avaricia) son ilusiones que nos hacemos para tratar de colmar un infinito a través de realidades finitas vanamente multiplicadas. Realidades multiplicadas como los granos de arroz, perfectamente cocinados, de ese prodigioso caldero con el que me consuelo.

Desde la Manga, retorno hasta la campiña manchega para pasar el fin de semana pedaleando todo lo que puedo por las carreteras del corredor de Almansa. No conozco mejor lenitivo para la melancolía que subirme al sillín y perderme al amanecer por esas carreteras, hasta que el sol abrasador aconseja el reposo y la sombra.

Estos montecillos del borde de la Mancha, ahora llenos de liebres, son un escenario extraordinariamente amable. No tienen ninguna grandeza escénica ni transmiten sensaciones heróicas, y sin duda por eso Cervantes los escogió como lugar de origen de su Quijote, en un ejemplo más de su mordaz ironía. Pero esta es una campiña a escala humana, grata para el paseo y el diálogo solitario con la Naturaleza.

Y no está exenta de sorpresas, como los flamencos que diviso poco después de pasar por Corral Rubio, en una pequeña laguna. Desmonto y corro por los surcos hasta la orilla. Pero cuando llego, las zancudas se asustan de mi presencia y apenas puedo tomar una mala foto desde la distancia. Qué lástima. Contemplando esas aves huidizas en la laguna manchega, pienso que bien podría tratarse de una escena africana. Y siento como si estuviese en el Lago Nakuru. Son tan bellos estos flamencos manchegos como los que se puedan ver en mi añorada Kenia. Y cuando alzan el vuelo estos flamencos inundan el cielo manchego de rojo, del mismo modo que lo hacen bajo los cielos africanos. No hay diferencia.

Flamenco es palabra muy interesante, pienso mientras me subo de nuevo a la bici, que viene precisamente de “rojo”, de llama, del latín flamma, a través del provenzal flamenç. Son las mismas aves a las que los griegos llamaban fenicópteras, es decir, de alas rojas como el fuego..Digo que es interesante la palabra por su curiosa triple o cuádruple polisemia. Porque, para empezar, también llamamos flamencos a los naturales de Flandes, aunque el origen de este otro “flamenco” sea bien distinto. Viene del alemán “vlaming”, tierras inundadas, marismas, como los territorios de los Países Bajos .Y eso es ya una casual coincidencia con estas aves amantes de las lagunas. Luego está el tercero y cuarto de los significados de la palabra, esto es, el adjetivo “flamenco” y el arte flamenco. En este caso, la etimología es más dudosa. Nadie ha aclarado de verdad por qué el baile y el cante flamenco se denominan precisamente con el mismo vocablo que se usa para referise al insolente, al chulo, al estirado.

Yo tengo mi propia convicción. Creo que el adjetivo lo acuñaron los castellanos, allá por los tiempos en los que Felipe el Hermoso vino con sus cortesanos desde su Flandes natal hasta Castilla, tras los esponsales con la infeliz Juana. Los caballeros castellanos se hacían cruces ante la chulería, el desparpajo y la prepotencia de aquella enorme comitiva de turistas flamencos, que desafiaban con insolencia inusitada el sobrio protocolo y la austeridad de Castilla. Hay mucha documentación sobre esto. No es de extrañar por tanto que “flamenco” acabase siendo sinónimo de temerario, de airado, de retador, de elegante estirado y orgulloso, en suma. Y no parece mal adjetivo para definir ese arte de cante y danza que fue gestándose prodigiosamente en la Andalucía del siglo XIX. Pienso en estas cosas mientras dejo atrás los flamencos de Corral Rubio y enfilo hacia Higueruela, cuando ya ha amanecido en La Mancha por completo. Desde las aves flamencas mi mente va viajando hasta la reina Isabel, que debió sufrir mucho con los atropellos de su yerno flamenco Felipe, tan engreído, tan osado, tan maltratador y mujeriego y, encima, por si fuera poco, enemigo declarado de Castilla y Aragón, en tanto vasallo formal del rey francés. Ese flamenco fue el tormento de los últimos años de la reina castellana, que es para mí el personaje histórico más decisivo y fascinante de la historia española (quizá el primero de la historia española, pues España es en buena medida una quimera gestada en su cerebro), un prodigio de mujer, intuitiva, ambiciosa, apasionada, sagaz…Todo le salió maravillosamente bien frente a toda expectativa lógica: matrimonio imposible con Fernando de Aragón, conquista a sangre y fuego de un trono que en realidad no le pertenecía, victoria sobre los nobles levantiscos, conquista de Granada, milagroso descubrimiento de las Indias…todo le salió bien hasta que comenzaron a morírsele los hijos, uno tras otro, y llegó para colmo el bello flamenco, marcado por el destino para perder a Juana y arruinar la propia paz interior de la reina madre y su proyecto político. Quizá en aquellos días ella, tan fanáticamente religiosa, tuvo a menudo la tentación (al fin y al cabo sus decisiones fueron muchas veces ejemplo perfecto de la “razón de estado”) de hacer que alguna mano sicaria asesinase a aquel flamenco insolente que torturaba y enloquecía a su hija, haciéndole correr así la misma suerte que ya tuvieron muchos, desde su propio hermanastro rey al odiadísimo Pedro Girón, el Maestre de Calatrava con quien la querían casar, ambos eliminados por efecto de alguna pócima implacable. Y fue eso justamente lo que al cabo ocurrió, un par de años después de que Isabel desapareciese. Quién sabe si esa mano asesina no fue sino una ejecutora póstuma de alguna última voluntad inconfesable de la reina.

Tal vez por eso, al morir, Isabel de Castilla encargó muchas misas por su alma. Sospechosamente muchas en verdad.

¿Quieres saber cuantas? Pues está bien documentado este punto en su testamento: veinte mil misas, ni una menos. Esas veinte mil misas ordenó rezar Isabel, para salvar acaso su alma de Reina de Castilla.


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