Joludi Blog

Oct 31
In God We Trust.
Los Estados Unidos son uno de los países más religiosos de la Tierra. Allí, el 90% aproximadamente de los ciudadanos declaran que creen en un Ser Supremo. Y el 80% dice ser cristiano. Estos niveles de religiosidad solo deben estar a...

In God We Trust.

Los Estados Unidos son uno de los países más religiosos de la Tierra. Allí, el 90% aproximadamente de los ciudadanos declaran que creen en un Ser Supremo. Y el 80% dice ser cristiano. Estos niveles de religiosidad solo deben estar a la par en Turkmenistán o Yemén del Sur.
Sin embargo, desde su fundación, los Estados Unidos han sido un país jurídicamente laico, con una separación absolutamente nítida entre el Estado y la Iglesia. Ni Dios ni la religión aparecen mencionados en la Constitución de 1787, salvo una referencia en el artículo 6 que sugiere precisamente un profundo espíritu laico (“no se requerirá ninguna prueba religiosa como cualificación para el servicio público”). En el artículo II de aquella Constitución, cuando se habla de las palabras que debe pronunciar el presidente para ocupar su cargo, se utilizan los términos “prometer” o “afirmar”, eludiendo claramente el término “jurar”, que tendría ciertas implicaciones religiosas.
Más aún. La famosa Primera Enmienda, de 1791, tuvo como objeto principal sancionar la absoluta libertad religiosa y la incapacidad del Estado para dictar leyes en este ámbito.
¿Cómo se entiende ésto? ¿Cómo se explica que el país más religioso del mundo occidental muestre también, desde su fundación, en pleno siglo XVIII, el máximo nivel de laicidad?
La respuesta hay que buscarla en el supremo sentido común de los “padres fundadores”. Y en su conocimiento de la Historia. Sabían que un Estado confesional sería el caldo de cultivo a toda clase de conflictos y enfrentamientos. Tenían fresca la memoria de sus antepasados, víctimas de toda clase de guerras y persecuciones religiosas en la vieja Europa. Y comprendían el riesgo que representaría para el país cualquier otra cosa que no fuese la absoluta libertad de creencias.
Acertaron. E hicieron posible con ello una nación próspera y unida. Sin cruzadas ni redentores (si pasamos por alto la que ha emprendido Bush después del atentado de las Torres Gemelas).
En cuanto al lema “In God We Trust”, que leemos en los billetes de dólar, y que a mí me recuerda siempre al “Gott Mitt Uns” de Hitler, es relativamente reciente. Apareció primero en 1864, en las monedas federales. Fue justamente una consecuencia de las turbulencias de la Guerra Civil. Ya sabemos que en estas situaciones, cada bando necesita imperiosamente contar con Dios como compañero de trinchera. Y siempre vienen bien los gestos de este tipo de cara a ganarse la complacencia divina.
Mucho más tarde, en los años más difíciles de la Guerra Fría, allá por 1956, el Congreso decidió también que el slogan nacional debería ser “In God We Trust” y que estaría bien que apareciese en las monedas. La relación de esta inscripción con el enfrentamiento al “demonio rojo”, se hace evidente si leemos la exposición de motivos de la Ley que promovió la incorporación del lema a los billetes:
“En estos días en los que el Comunismo imperialista y materialístico trata de atacar y destruir nuestra libertad, es apropiado que todos nosotros recordemos la autoevidente verdad según la cual, en tanto este país confíe en Dios, prevalecerá”.
La aconfesionalidad hace posible la paz. Lo supieron ver los padres fundadores. Pero la guerra, cualquier guerra, ya sea contra los confederados, contra los rusos o contra Bin Laden, hace que la aconfesionalidad se tambalee. Esta es la enseñanza de la Historia.