Piornografía.
En 48 horas he pasado desde mi ardiente y querida Murcia, con 36 grados, a un delicioso cigarral toledano, y luego a las alturas de Gredos, aún con nieve, donde hoy al amanecer, caminando entre los pinos, he sentido la necesidad urgente de una cazadora. Así es este país. Pasamos del helado a la castaña, y viceversa.
O del seny a la rauxa, si nos fijamos en la súbita metamorfosis que parecen haber sufrido esas otrora bucólicas acampadas de Barcelona…
Así somos. Nuestras verbenas suelen devenir en riñas a palos, como bien sabía Goya, quien empezó pintando aquellas y terminó describiendo estas.
Increíble que nos falte la memoria histórica para entender y prevenir todo esto.
Yo he venido a Gredos para olvidarme de estas cuitas y solazarme en la piornografía, es decir, en el sublime placer de ver los piornos en flor, cubriendo las inmensas laderas de estas montañas. Son miles de hectáreas de un amarillo inimitable, cegador. Y es solo en estos días de finales de Mayo y principios de Junio, cuando se produce la mágica eclosión de los océanos de retamares.
A mí, tanta belleza me sobrecoge. Pero no me hace falta contemplar las laderas interminables florecidas. Me basta fijar la vista en una de estas ginestas para sentir un deleite casi pecaminoso. Un goce piornográfico. La verdad está casi siempre en los detalles. Y la belleza, que suele ser lo mismo.
