Joludi Blog

Nov 20
El fascinante rompecabezas del altruismo.
Piensa en un hormiguero. O mejor aún, imaginate lo que ocurre en el interior de una colmena. ¿Cual puede ser la razón de que la inmensa mayoría de las hormigas o las abejas están en permanente situación de...

El fascinante rompecabezas del altruismo.

Piensa en un hormiguero. O mejor aún, imaginate lo que ocurre en el interior de una colmena. ¿Cual puede ser la razón de que la inmensa mayoría de las hormigas o las abejas están en permanente situación de entrega y sacrificio por el bien la colectividad, sin que se produzca nunca la más mínima protesta? El misterio se puede enunciar de un modo más genérico: ¿por qué existe altruismo en la Naturaleza (y en nuestra sociedad, por cierto)? ¿Acaso no entra el altruismo en conflicto con el principio de la supervivencia del más dotado y con el profundo individualismo que parece desprenderse de los mecanismos de selección natural? En los años 60, el famoso biólogo William Hamilton trató de resolver este rompecabezas mediante la teoría de la selección por parentesco. Según Hamilton, los animales y los insectos pueden en ocasiones mostrar conductas aparentemente “altruistas”, tan solo porque están biológicamente programados para preservar los genes familiares (o “tribales”), aun a costa de echar a perder la carga genética estrictamente individual. Eso es, pensaba Hamilton, lo que serviría de motivación al sacrificio a las hormigas y abejas obreras, así como el de cualquier otro animal que muestre conductas en las que el individualismo se subordina al bien ajeno. El enfoque de Hamilton se hizo muy popular. Pero ahora, siguiendo las nuevas tesis de Edward O. Wilson, el famoso evolucionista de Harvard, se está empezando a pensar al revés. Aunque las cosas no están nada claras. Wilson dice que los vínculos de parentesco no son los que explican el sacrificio de un miembro de la familia por otro. Más bien ocurre exactamente al revés. Es la capacidad de sacrificio individual la que da origen a los fuertes vínculos de parentesco. Y el problema entonces radica en explicar por qué existe esta propensión altruista en tantas especies. Wilson apunta nuevas–y oscuras– teorías basadas en una especie de posibilidad “ecológica” del altruismo, que habría ido emergiendo evolutivamente, de forma natural, en colectividades donde la sobreabundancia de recursos ha hecho posible que prime la sociabilidad más o menos “filantrópica” sobre la feroz lucha competitiva entre los individuos. Esta sobreabundancia de recursos sería el origen de un cierto concepto evolutivo de “superorganismo” del que los individuos vienen a ser simplemente órganos o piezas. Sea como sea, dice Wilson, la teoría del parentesco no sirve en absoluto para entender el fenómeno del altruismo entre los humanos. El sacrificio individual del soldado que se lanza sobre la granada para proteger al pelotón no parece que pueda explicarse en términos de vínculos de parentesco o de motivación evolutiva para salvar los genes de la tribu. Y este tipo de comportamientos, curiosamente, no solo se dan entre este particular mamífero llamado homo sapiens. El gran misterio permanece abierto. Quizá por ello nada nos conmueve más que el heroismo. Porque, en cierto modo, ante un acto heroico, algo nos dice por dentro que no hay nada más maravillosamente inexplicable que eso. Tal vez por ello solo reservamos los laureles de la gloria para los héroes. Porque algo nos dice que no hay nada que contradiga de una manera más fascinante lo que parecen ser las leyes inexorables de la maquinaria natural.