Joludi Blog

Nov 20
El Principio de Abel y el Principio de Lucifer. El hombre bifronte.
Parece ser que muchos de los cráneos de nuestros antecesores que van encontrando por los yacimientos del mundo los antropólogos y arqueólogos tienen la particularidad de que se puede...

El Principio de Abel y el Principio de Lucifer. El hombre bifronte.

Parece ser que muchos de los cráneos de nuestros antecesores que van encontrando por los yacimientos del mundo los antropólogos y arqueólogos tienen la particularidad de que se puede deducir que su contenido fue “limpiado” cuidadosamente por manos humanas. Hay un eco escalofriante de canibalismo en todos estos huesos que van apareciendo.
Esto, junto con las no menos escalofriantes noticias que nos llegan de Africa Central le hace a uno recordar el famoso Principio de Lucifer, que enunció hace una década Howard Bloom en un fascinante libro del mismo título.  Según este Principio, la violencia, la competitividad brutal y el mal forman parte del tejido que da forma a la realidad humana. Desde el comienzo de los tiempos.
Más aún. El Principio de Lucifer plantea que la agresividad y la competitividad feroz es el motor de la evolución y del progreso de las sociedades.
Es una visión triste. Pero lamentablemente los primatólogos parecen confirmar que hay algo intrínsecamente violento y agresivo en lo más profundo de nuestra especie. El impulso hacia la violencia y la competitividad brutal parece estar presente incluso en nuestros ancestros simiescos.
Sin embargo, la simplificación es errónea. Es cierto que los humanos somos los animales más violentos y competitivos, más proclives a la guerra y al conflicto. Pero al mismo tiempo también es verdad que somos los mamíferos superiores más capaces de cooperar y organizarnos, llegando incluso al punto de sacrificarnos heroicamente por el bien de un colectivo.
¿En qué sentido se puede entender esta aparente paradoja?
La clave quizá sea la distinción entre lo intragrupal y lo extragrupal. Dentro de nuestros propios grupos o tribus, se aplicaría el Principio de Abel.  Pero de cara a otros grupos o colectivos distintos al nuestro, se aplicaría el Principio de Lucifer.
Somos feroces cuando nos relacionamos con grupos sociales distintos al nuestro. Ningún animal en la Tierra puede parangonarse con nuestro nivel de crueldad cuando nos enfrentamos a la tribu de enfrente. Pero somos esencialmente solidarios y cooperativos cuando nos movemos dentro de nuestro propio grupo social. Ni siquiera dentro de la manada de lobos más unida existe el nivel de civismo, respeto mutuo y coordinación social que los humanos mostramos en nuestra vida cotidiana.
Nuestro éxito intragrupal parece ser el anverso de la moneda de nuestro estruendoso fracaso extragrupal.
Una cosa parece compensar a la otra, realmente. Y lo más curioso es que tal vez haya una relación profunda, de tipo causal entre ambas.
Hay quien se atreve a pensar, entre ellos  Mark Van Vugt, de la Universidad de Oregon, que es nuestra propensión a la guerra la que justamente ha hecho posible la emergencia evolutiva de nuestras capacidades organizativas. En este sentido, habríamos aprendido a cooperar, solo ante la necesidad de protegernos frente a “amenazas exteriores”.
Esta idea de la guerra y el belicismo como fuente de cohesión social y cooperación es algo que la Historia parece en algún sentido confirmar. Basta que nos fijemos en las muchas ocasiones en las que los gobernantes han utilizado los fantasmas del enemigo exterior para resolver problemas de quiebra social interior.
Del mismo modo, si la teoría de Van Vugt es correcta, eso tendría cierto encaje con el hecho de qué los pueblos más militaristas e históricamente más agresivos, como el alemán o el japonés, sean también los pueblos que tradicionalmente se han sabido organizar mejor.
Esto puede tener incluso un fascinante reflejo biológico, hormonal. Los exhaustivos experimentos de Mark Flinn, de la Universidad de Missouri, con la selección de Cricket de la Isla de Dominica, han demostrado que cuando los equipos deportivos juegan partidos dentro de su propio país, los niveles de elevación de testosterona son muchísimo más bajos que cuando los partidos tienen un componente de “lucha contra el extranjero”.
Es terrible, pero tal vez el Principio de Lucifer, tenga más validez de lo que pensamos. Quizá Marinetti, no iba tan descaminado cuando decía aquello de que “la guerra es la sola higiene del mundo”. Sobrecoge pensar así, pero tal vez no sea un disparate, al menos desde el punto de vista evolutivo.
Afortunadamente, todo parece indicar que es solo una cara de la moneda. En el otro lado parece estar Abel. Creo.