
La testosterona como arma de destrucción masiva.
Hace unos días comenté las nuevas teorías que tratan de ver la guerra no solo como algo inscrito en nuestra identidad como primates, sino como especificidad biológica del ser humano e incluso un factor clave para el progreso de nuestra especie.
Es un enfoque escalofriante. Pero está de moda.
Ahora acaba de aparecer otro libro más, que promete tener mucho éxito. Se titula “Sex and War”. Está escrito por Malcom Potts y trata de explicar las relaciones entre la biología y nuestra incurable propensión a la guerra. Es un libro triste. Analiza en particular la capacidad del ser humano para “desenchufar” la empatía. A diferencia de los chimpancés, los hombres parece que tenemos la capacidad para “desconectar” a voluntad los circuitos cerebrales que nos hacen ver a los demás como reflejos de nosotros mismos. Ya sabíamos que las cosas eran así. Nos lo explicó, entre muchos otros, Primo Levi. Auschwitz no puede explicarse sin ésta capacidad de usar convenientemente, cuando es preciso el “interruptor moral”.
Potts analiza con mucho detalle en este libro la relación entre las hormonas y la propensión a la violencia. De hecho, este autor define la testosterona como el arma perfecta de destrucción masiva. En este sentido, desde luego que Bush tenía razón al decir que en Irak había ese tipo de armas. Vaya que sí.