
Esperanza de Vida.
El otro día, yo discutía con un amigo sobre el tema del incremento de la esperanza de vida a lo largo de la Historia. El asunto creo que surgió cuando hablábamos de Abel, un matemático brillantísimo que murió muy joven, con 28 años. Y del gran Galois, que aún murió mas joven, con solo 22. Mi amigo me decía que en siglos pasados era muy raro alcanzar avanzadas edades, pues las estadísticas dicen que la esperanza de vida de los hombres solo ha superado los 50 años con la llegada del siglo XX.
Yo le decía a mi interlocutor que, en mi opinión, hay que tomar con cierto escepticismo todas esas estadísticas sobre la esperanza de vida. No porque dude de su veracidad, sino porque creo que transmiten una idea errónea sobre cómo se percibía realmente el ciclo vital en épocas pasadas.
Voy a intentar explicarme. En la Antigua Roma, la esperanza de vida de un ciudadano era de sólo 25 años. ¿Significa eso que en Roma un hombre de 24 años era ya viejo, puesto que ya se acercaba peligrosamente a la edad teórica de la muerte? Pues va a ser que no. En la Antigua Roma, como en nuestros tiempos, un chico de 24 era técnicamente un chaval, en el puro comienzo de su vida. Faltaría más. Si era un legionario bien armado y le ponías delante un galo, se lo comía crudo. Y seguía haciéndolo tan ricamente hasta bien entrado los cuarenta, pues la “mili” en Roma, duraba dos bonitas décadas.
Del mismo modo, en los países africanos más pobres de hoy en día, donde la esperanza de vida sigue siendo tan baja como 35 años, no te consideran “anciano” por ser un treintañero, ni mucho menos. Necesitas muchas canas y muchas décadas encima para que de verdad te consideren viejo.
Las esperanzas de vida que los estadísticos calculan para tiempos históricos pasados (o con los países del Tercer Mundo) no tienen tanto que ver con los procesos de envecimiento como con los elevadísimos índices de mortalidad infantil que por entonces se daban y también con el azote de las guerras, enfermedades incurables y epidemias que asolaban a nuestros ancestros, en mayor medida incluso que lo hacen ahora. Pero “joven”, “maduro” o “viejo” son conceptos básicamente homogéneos en la Edad Media, en la Antigüedad, y ahora. Ésto sin perjuicio de que haya que reconocer que el hombre contemporáneo alcanza con mucha mayor facilidad edades muy avanzadas gracias a los avances médicos y sanitarios de todo tipo. Es indiscutible, por ejemplo, que en el año en que yo nací apenas había en España unas cuantas docenas de centenarios vivos, mientras que ahora son miles.
No voy a aburrir a mi querido lector con estadísticas y análisis sobre el origen e interpretación del fenómeno del incremento histórico constante de la esperanza de vida (que además no es del todo cierto, pues actualmente se piensa que los hombres de la Edad de Piedra vivían más que los hombres del medievo, y además, ¡eran más altos!). En cambio, voy a hacer un pequeño juego relativo a este tema.
Voy a pensar, de forma totalmente arbitraria, en 15 grandes hombres del pasado. Los que se me ocurran. Los enunciaré y luego diré la edad que alcanzaron cuando murieron. Eso quizá nos de una idea de lo que realmente ocurría en los tiempos antiguos con la noción de juventud o vejez. Intentaré no hacer trampa. No mencionaré a personajes como Octavio Augusto, Roger Bacon, Tiziano o Bertrand Russell, que tengo bien presente lo mucho que vivieron (Tiziano y Russell casi centenarios, Bacon octogenario, Octavio septuagenario). Trataré de mencionar simplemente a los primeros grandes hombres del pasado que se me ocurran. Sin más.
Mis candidatos son: Platón, Anibal, San Agustín, Carlomagno, Alfonso el Sabio, Santo Tomás de Aquino, Dante, Montaigne, Spinoza, Shakespeare, Rembrandt, Galileo, Newton, Voltaire y Goethe.
Prometo solemnemente que son los primeros quince nombres que se me han ocurrido.
Ahora, veamos.
Platón vivió entre el 427 y el 347 antes de Cristo. Esto nos da 80 años. Lo siento pero empezamos mal para los que sostienen la teoría contraria a la mía.
Anibal nacio en 247 a.c y murió en 183. Eso nos da 54 años. No está nada mal para alguien que se había pasado la vida en el campo de batalla. Y además, je, je, no murió demuerte natural, sino que se suicidó al verse a punto de caer prisionero de los romanos. Así que esto también hay que tenerlo en cuenta.
San Agustín nació en el 354 d.c y murió en el 430 d.c. Eso nos da la bonita cifra de 76 años. 76 estupendos años en una edad en la que la esperanza de vida parecía ser inferior a 30. ¿Cosa curiosa, no?
Carlomagno, que también pasó su vida de guerra en guerra, con un obsesión fanática por las campañas militares, vivió entre 742 y 814 d.c. Eso nos da 72 años nada menos. Y no olvidemos que Carlomagno era famoso por alimentarse únicamente de carne, lo que le supuso sufrir crónicamente de gota, así como, sin la menor duda, gozar de unas cifras de colesterol elevadísimas. Pese a todo ello, superó los 70. Y eso en los tiempos más oscuros del medievo, cuando la esperanza de vida seguía por debajo de los 30. Omar Jayyam vivió 83 años, al comienzo del milenio. En tiempos muy duros por tanto. Alfonso XII el Sabio vivió 63 años. Murió en 1284, víctima de una terrible hidropesía, tal vez ocasionada por algún tumor, tuberculosis o alguna deficiencia vitamínica, muy habitual entre los de sangre azul, tan aficionados a dietas monotónicamente cárnicas.
Santo Tomás de Aquino, mira por dónde, vivió solo 49 años. Lo que demuestra que no he manipulado en modo alguno la lista y que de muy buena fé la he elaborado. Reconozco que 49 años no son muchos. Pero no puedo resistir la tentación de decir que su admirado y admirable maestro, San Alberto Magno, vivió 87 añitos nada menos, entre 1193 y 1280. En pleno medievo. Eso compensa el óbito anticipado del angélico.
Dante vivió 56 años. Y su fallecimiento no fue ni mucho menos por causas naturales. Le picó un mosquito mientras estaba en misión diplomática en la pantanosa Venecia. Murió pocos meses después en Rávena.
Montaigne murió, atormentado por los cólicos biliares, cuando estaba a punto de cumplir los 60 años, por cierto, justo cuatro años después de haber caído rendidamente enamorado en brazos de su admiradora Mademoiselle de Gournay. O sea que debía estar en forma.
Spinoza vivió solo 44 años, es verdad. Se llevo a este genial pensador una terrible tuberculósis. Una lástima.
Shakespeare murió a los 52 años. Casi seguro que fue víctima de una crisis fatal de su cirrosis crónica originada por su alcoholismo. Era un bebedor compulsivo.
Rembrandt vivió 63 años. No se conocen bien las causas de su fallecimiento, aunque un doctor de la Universidad de Georgetown ha estudiado sus últimos autorretratos y está convencido de que la inflamación de sus arterias temporales permitirían diagnosticar una arteritis mortal en el sistema vascular del genial pintor barroco. Yo creo que más bien murió de tristeza.
Galileo vivió 78 años. Newton 84. Voltaire, 82. Y Goethe, 83.
En resumen, la serie de edades de fallecimiento de mis quince personajes elegidos al azar (si se cree en mi buena fe) es de 80, 54, 76, 72, 63, 49, 56, 59, 44, 52, 63, 78, 84, 82, 83. Y la media que nos sale es de 66, lo que no es muy distante de la actual esperanza de vida que tenemos en Europa.
Naturalmente, mi ejercicio tiene una pequeña trampa. He elegido los personajes destacados que se me han venido a la cabeza. Y fuerza es reconocer que para que la obra de un personaje pase a la posteridad, viene muy bien que viva muchos años.
Sí. Esto es cierto. Pero también es verdad que los estudios demuestran que casi todo el pensamiento verdaderamente original de los filósofos y artistas se produce antes de los 30 años. El resto es pura recopilación, sistematización y maduración, por lo general. Einstein dijo absolutamente todo lo que tenía que decir con veintitantos. Luego, su cerebro maduró, pero dejó de ser original. Por lo tanto, el posible sesgo de haber pensado en grandes creadores (con vidas necesariamene largas), quizá no sea tan significativo. Los grandes hombres son grandes hombres, aunque mueran jóvenes.
En fin, sirva este pequeño juego para contribuir a desmontar un poco más ese prejuicio generalizado que tenemos hacia los tiempos pasados. Porque solemos pensar en las generaciones anteriores fuerno víctimas de toda clase de limitaciones, desde la intelectual hasta la relativa al ciclo de vida. Y no es así. Nuestros ancestros eran más o menos como nosotros. Aunque no supiesen enviar un sms o conducir un coche.
En lo esencial, no ha cambiado tanto. Eso es lo que vas aprendiendo cuando estudias Historia. Joven significaba básicamente lo mismo hace diez siglos que ahora. Y viejo significaba lo mismo en la antigua Grecia que en nuestros días.
Por más que la estadísticas nos digan lo contrario. Pero ya se sabe, como decía Benjamin Disrael (según Mark Twain) hay “mentiras, condenadas mentiras y…estadísticas”.